Páginas

viernes, 23 de mayo de 2008

Comentario a las lecturas del Sábado 24

Queridos hermanitos y hermanitas:

Empezamos la semana con una profunda incomprensión de los discípulos con respecto al mensaje de Jesús. Y terminamos en lo mismo. Me parece de una enorme honestidad que los evangelios no oculten que los seguidores del Maestro no entendieran y, en no pocas ocasiones, se opusieran a lo que les proponía Jesús. Y es que Él anda rompiendo todas las normas de su tiempo. Era incómodo. Y sus discípulos lo sabían, pero a veces no llegaban a tanta novedad. Romper todas las líneas que separaban y dividían el mundo judío para hacerles entender que Dios no hace distinciones, resultaba algo muy complejo. Jesús es, en este sentido un profeta.
Pero no sólo habla de parte de Dios, sino que actúa. Ejerce el poder evidente de su convicción. Por eso va tensando tanto la situación, y en primer lugar con los suyos. Los primeros vuelven a ser los últimos.
Además de esto, Jesús aparece con una enorme cercanía y humanidad: abraza a los niños, los acaricia, los pone en el centro, le dice a sus discípulos que les dejen acercarse…Frente a un mundo de adultos y un Dios severo, el Reino habla de relaciones de cercanía, que empiezan en el trato con los otros, y terminan en el trato con Dios.
¿Qué querrá decir “hacerse como niños”? Algunos han creída ver la inocencia, otros la ultimidad, hay quien habla de la marginación. Creo que valen todas las respuestas porque, en el fondo, el evangelio está dicho para que resuene de forma nueva y personal en cada uno de nosotros. Sin embargo, me llama la atención este cuidado de Jesús con respecto a los que no cuentan. Creo que el acercarse de Dios va primero a los últimos. Nosotros hemos de aprender de esto y, por consecuencia, transformar la realidad para que todo pueda ser así.
Comentario al evangelio del Viernes 23



Hermanitas y hermanitos:
Hay un transfondo, al menos así lo veo yo, en las dos lecturas que se nos proponen: la firmeza en la palabra. O, podemos decir: la coherencia.
En el caso de la carta de Santiago, nos asegura que no es necesario jurar, entre los cristianos. Vale la palabra dada. Asegura que quien habla, debe hacerlo desde la veracidad y la honestidad. Hoy, cuando la palabra no vale nada, cuando parece que mentir no cuesta, cuando todo es mera apariencia, vendría bien mostrar esta disponibilidad a la verdad como herramienta y costumbre.
En el evangelio, creo que tiene dos posibles interpretaciones. Por un lado la propuesta de Jesús era enormemente contracultural. La mujer tenía un acceso muy problemático al repudio. Siempre era al contrario. El varón predominaba en las relaciones y la mujer estaba sometida. Jesús dice que ambos son iguales: una sola carne. Por eso, aquello que está unido según Dios, no puede estar al arbitrio caprichoso de una de las partes, o de las dos. A ambos se les está diciendo que las relaciones establecidas teniendo el amor como vínculo, son para siempre. En el fondo el amor tiene una componente de eternidad, no acaba. Y el varón no tiene potestad para utilizar a la mujer como un objeto que satisfaga sus necesidades.
Decir sí, desde el amor, es una auténtica aventura que empieza cuando se atestigua. Y ese testimonio de la palabra dada debe estar bien fundamentado.
La gran corriente social que hace de las uniones, algo fungible, es decir, que acaba cuando se acaba la pasión, es entrar en la sociedad de consumo. Se consumen cosas y personas, relaciones y camas.
Jesús no quiere que el hombre sea objeto para nadie ni ante nadie. Tiene dignidad propia, que no depende de otro para poder afirmarse. Y eso vale para todas las relaciones.
Un fuerte abrazo en Jesús resucitado.

jueves, 22 de mayo de 2008

Jueves 22


Queridos hermanitos y hermanitas:
Es un trago duro el de la Carta de Santiago. Son palabras que hablan de forma directa y sin paliativos. Entendió el mensaje de Jesús y trata de bajar a formulaciones concretas. Y es que la riqueza, que Jesús llega a asemejar al Maligno, a lo diabólico, sustenta, en demasiadas ocasiones, desigualdades, injusticias y egoísmos. Esto se puede decir hoy también. Hay trabajos en precario, contratos de hambre y miseria en nuestro primer mundo y, por supuesto, en los países en vías de desarrollo. Salarios de injusticia que claman a Dios porque hacen acumular riqueza a unos, y pobreza a otros.
Nuestro primer mundo, rico y opulento, hace dietas y ayunos de adelgazamiento. El tercer y cuarto mundo, busca solventar su dieta de hambre. Y no puede. Esto clama contra nosotros. ¿Se dice para nosotros, también, que hemos engordado para el día de la matanza? Espero la misericordia de Dios, porque si me pone delante de los ojos, en el día del juicio, tanta criatura que suspira por algo que llevarse a la boca, no sé si voy a poder decir nada en mi defensa.
Frente a esto, y no como engaño de la obligación de conciencia que tenemos, Jesús propone gestos pequeños que busquen equilibrar tanto desastre. No es que proponga sólo un mensaje que tiene una fuerte incidencia social, pero desde luego que está en su meollo generar nuevas formas de relaciones entre los hombres. Y naturalmente desde la perspectiva de Dios Padre. Porque si no estaremos incurriendo en escándalo. Eso es ser sal y tener sal. Y así vendrá la paz. La que todos deseamos, que no es la de la inacción o la quietud, sino que brota de la justicia.
¡Danos, Padre Bueno, capacidad e inteligencia para transformar la realidad según tu quieres, para que el mundo sea cada vez más aquello que tu soñaste para nosotros!
Miércoles 21


Hermanitos y hermanitas:
Me gusta esta expresión de Carlos de Foucauld. Así se conocen los que asumieron, después de morir, su estela: hermanitos de Jesús. El estuvo presente en medio de no creyentes, no dejó seguidores y fue un incomprendido de su tiempo. Pero quería que todos aquellos que anduvieran tras los pasos del Maestro de Nazaret, se reconocieran como hermanitos. Creía que la presencia podría obrar el milagro. No forzó, propuso. Puede que esta Palabra que tenemos hoy tenga mucho que ver con esto.
Indudablemente en el mundo hay miles de hombres y mujeres que siguen al Maestro, y que ponen en medio de sus vidas el amor como centro de su actuar. Tenemos la tentación, como los discípulos, de hacer una división entre los que están en un bando o en otro. Es la soberbia de quien cree que tiene la verdad absoluta, conoce los planes de Dios a la perfección y sabe interpretarlos. Así nos luce el pelo. La túnica de Jesús está rota porque hemos ido tirando de ella, hacia un lado o hacia otro. Todos creemos que nuestro grupo, nuestro proceso, nuestra congregación, asociación, camino o lo que sea, es el que está en la verdad. Machado diría. “¿La verdad? No, tu verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.”
Falta humildad que, la verdad, no es un valor muy cotizado. “Si quieres conocer a fulanito, dale un carguito”, dice el refranero popular. Porque intentará imponer, a costa de lo que sea, su criterio. En Jesús todos estamos llamados a construir una humanidad plena. Nosotros colaboramos, y todos pueden colaborar si lo hacen para que el hombre y la mujer vivan en dignidad, en libertad, en fraternidad. Habrá que unir, más que dividir. La túnica de Jesús se reparará a través de una humanidad aunada en el amor, en el que todos nos reconozcamos como hermanitos.
Un abrazo en el Cristo que nos hace uno.

martes, 20 de mayo de 2008

Mis hermanitas y hermanitos:
Aunque no veo los rostros de los que se pueden acercar al comentario, al mío o al de los otros hermanos y hermanas que lo hacen, adivino que nos mueve un interés común por encima de todo: encontrarnos con Él, beber de su interior para poder llegar a ser totalmente de Él. Muchas veces podemos no entender, no saber. ¿Cómo interpretar este u otro acontecimiento? ¿Dónde está la voluntad de Dios? Nos pasa como a los discípulos. No entendemos y no nos atrevemos a preguntarle. Quizás porque sabemos que nos puede contestar y, que la respuesta, puede llevarnos a donde no queremos o no sabemos.
El Mensaje de Jesús, y su seguimiento, nos sitúan en una órbita de enfrentamiento con los valores contrapuestos a los del Reino, que nos puede llevar a un sufrimiento, a una pasión dolorosa. Podemos temer esto. Jesús nos asegura el triunfo, la resurrección. Pero nosotros queremos seguridades, saber que no va a haber fracaso. Por eso nos podemos enredar en las estructuras de poder.
¡Anda que no está claro! Servir, esa es nuestra tarea. Abajarse, no buscar prebendas, privilegios, reconocimientos, puestos de honor, títulos. No querer más que el bien de los otros. Hacerse último y servidor es darle la vuelta a esta tortilla del mundo y saber que somos un sustento del mismo. Y, por si fuera poco, Jesús coge al un niño y lo pone como ejemplo de la centralidad de los que no cuentan en medio del grupo de los discípulos.
A mí me llena de orgullo que muchísimos cristianos hayan entendido esto a la perfección y hagan de su vida, servicio; de su tiempo, descanso para los otros; de sus valores, ayuda constante. Claro que nos queda todavía mucho, porque los medios, a veces, nos traicionan. No hemos terminado de poner al niño, la humildad, en el centro. Pero en eso estamos.

Jesús, hermanito nuestro: ¡danos la fuerza que nace de ti para poder parecernos a ti!

lunes, 19 de mayo de 2008

Lunes 19 de Mayo de 2008

Queridos hermanitos y hermanitas:
No dejan de sorprenderme estas acciones de Jesús. Marcos es un narrador muy parco en palabras. No quiere que nos distraigamos con elementos del relato que no considera importantes. Sobriamente, yendo al grano, nos permite acercarnos a un episodio muy claro con respecto a la fe, la oración y el ayuno. Es como si todo el relato estuviera construido en forma de flecha, que se va aguzando hasta conducirnos al final.
Jesús se lamenta de la incapacidad de los suyos, y de los de su tiempo – “esta generación”, los llama- para ir más allá. No creen y parecen incapaces de creer. Pero hay uno que se acerca. “Si puedes…ayúdanos”. La respuesta de Jesús es tajante: para aquel que cree todo es posible. La fe es una apuesta de sentido, una conclusión de la razón y una afirmación de la voluntad que se inclina a dejarse descansar en el misterio de Dios. La fe afirma con rotundidad. Sabe, en definitiva. No desconoce la realidad, sino que la dota de una orientación. Y sabe que triunfa siempre, porque el hilo conductor de la historia lleva a la salvación, a la liberación. Dios es, y sabemos de su bondad. Y por eso puede trastocar toda la realidad convirtiéndola en don, en energía, en bondad.
Los discípulos no pudieron, como hoy nosotros, batallar con ese demonio. Y se desilusionan, o se enfadan, o se sorprenden. No se puede guerrear contra el mal si uno no está revestido con la coraza de la fe y sus armas: la oración y el ayuno. Dicho de otra forma, en un esfuerzo de íntima unión con el Buen Padre Dios.
A nadie se le oculta que hoy hay muchísimos frentes abiertos donde convendría hacer milagros, y donde no suceden…La Palabra a veces es una espada de doble filo que atraviesa hasta el tuétano, poniendo de manifiesto nuestra ausencia de fe, de confianza. ¡Auméntanos la fe! Es un grito de confianza también. El que podemos lanzar en la seguridad de que Él sí que obrará en nosotros ese milagro, para que podamos colaborar en su obra. Eso le pedimos.

Pedro Barranco

viernes, 9 de mayo de 2008

Se abrió el invierno tras la llave, fluyó la vida, y la puerta dio paso al ímpetu de la primavera. Fue la vida. La vida, sí, que siempre es más fuerte que cualquier atraso de hielos. También son necesarios estos, pero actúan como contrapuntos, contrarritmos que afirman una melodía basada en la potencia vital que atestigua el universo todo.
Así esta primavera de siglos que llaman a la vida, y que llamamos la Pascua.
Pero más claro nos llega el ritmo del Espíritu, indomable e indescifrable. Como un bajo que marca el compás, una sístole sangrante que mana por un cuerpo unánime, un marzo ventoso que esparce semillas de gloria, un levante que sopla las velas y remueve los fondos. Así el Espíritu, que aborda el espíritu del hombre y lo eleva como una hoja al viento caprichoso; así el Espíritu, que borda la Iglesia con una filigrana de libertad, que llama a la rebelión en las calles para tomarles el pulso y tomarlas.
Cada quién, y cada cuándo, suprimimos ventanas que pueden constituir momentos de encuentro, de comprensión. Asumimos como propias las verdades incuestionables, mientras que cuestionamos las otras. Convertidos en mesianillos de salón, revolucionarios de mesa y olla, partimos de una base dogmática diciendo que todos se han equivocado al interpretar a Dios. Menos nosotros, nuestra cabeza solemne es capaz de sustituir al Espíritu, borrando a la Iglesia de un plumazo para hacer la nuestra, a nuestra imagen y semejanza. Y entonces las raíces de la verdad, atraviesan la historia y nos dejan aorillados, confundidos en la margen donde cayeron las semillas que no vieron la siguiente primavera.
Quien más quien menos vierte su hiel en los errores cometidos, lamentos de profetas sesudos y aguerridos que dejaron el mundo por transformar en la alfombra de entrada de su casa. Eso sí, cual jeremías del siglo XXI, aburren a María Santísima con tanta desolación, tanto malo metido a estructura, mientras se forran criticando la estructuras. Siempre hubo cuervos. Pero el Espíritu no ceja, ablanda piedras saladas de llantos y las convierte en salazón de mundos nuevos y, de las piedras, puede hacer pan. Más allá de cuantos inmensos agujeros de desaciertos vieron la luz a la sombra de la Iglesia, el Espíritu suscitará puentes, abrirá saltos de agua y embrujará con la luz, construido todo con ladrillos de errores y argamasa de buenas intenciones.
Un mundo de incertidumbres nos asoma siempre al miedo, y nos yergue en sabedores de verdades absolutas,...y se nos mueren mientras tanto las criaturas que buscan una caricia de esperanza. Nada hay más malo para crear sementeras que vasijas estancas donde no entre ni el aire. A rancio huelen tantas ramificaciones interminables de leyes; siempre hubo leguleyos que quisieron vivir del cuento. Mientras tanto, el Espíritu, indomable, ayuda a crecer la libertad de las semillas salvajes que posan sus raíces en el aire. Siempre hubo una trastienda, un almacén de libertades mal contenidas en la barriga de cada presente. Hubo quienes deshojaron la margarita de su tiempo apostando por descubrir, por ir más allá sin necesidad de respaldos ni justificaciones, y hubo quien lo alentó. Lo único a lo que hay que temer es al vacío, a la carencia de posibles.

Perras se nos vuelven las ganas a todos, si no proporcionamos luces y esperanzas a los que vienen empujando el mañana. El Espíritu es un olor acompañado de frutos futuros, que el presente no es más que la confluencia del pasado y los sueños del porvenir. Mal instalados vamos a estar en una casa que hacemos inhóspita, a fuer de que no entren más que los que reconozco como mi calco. Se empobrecerá el roce y nos volverá mediocres y tristes, como perros pulgosos sin amos y sin sombra donde echarse. Necesita esta historia una fuerza de transformación que sólo Dios puede otorgar, como aquel Espíritu que aleteaba sobre las aguas primordiales, e hizo vida de la materia inerte. Igual ahora que, de tanto asegurar las paredes, podemos perdernos la compañía.
Temo que me pase lo mismo de siempre, lo que nos pasa a todos, que escribamos siempre la misma idea, interpretemos siempre el mismo papel, soñemos los mismos sueños, o que oigamos lo que queremos oír y nada haya de nuevo. Que nos pase lo sabido: rebeldías añejas y solas, encumbradas por la impericia del que no quiso deshacerse de ensoñaciones y no las hizo presente; ruidos de sables que se levantan contra todos los que usan sables –palabras como sables, lenguas como puñales; deméritos de los otros, porque los míos ni existieron ni se les espera; tedio y mucho aburrimiento adobado, de una marcha forzada a ninguna parte de tanto creer que avanzo sobre la nada. Y todo porque me desaparecieron el don de Dios hecho Espíritu y su impulso transformador de mí mismo. Es una carrera de liberación la que corremos: por mí, por todos mis compañeros y por mí primero. Y de la historia, que no se echa en manos de la nada irredenta, sino de la plenitud salvadora. Del hombre, que se sabe parte del impulso divino, ese hálito vital y vívido que se hace carne humana en Jesús, y que se nos comunica como una escala por la que ascender.
Tiempo de Espíritu, de callejas que oirán las voces de los liberados, anunciar al lobo y al cordero pastando juntos. Tiempo de Espíritu, que amanecerá sobre una Iglesia que se sabe campana y señal, compañía y refugio, hogar y misterio. Tiempo de Espíritu, para poder ir más allá, más alto, mas cerca del Dios Padre que nos mira con guiños de una feliz espera. Tiempo de Espíritu, que me renueva desde lo mas hondo de mí, que me saca de quicio, me embelesa y me vuelve sabor y saber, savia y fruto. Tiempo de Espíritu, que se contrapone a una babel de divisiones, idiomas y fronteras.
Aspira el aroma que suscita tanta esperanza de hombres y mujeres libres, allí se encuentra el Espíritu de Dios. Pégate a la piel de los que saben romper el hambre, la miseria, el miedo o la soledad, allí habita, en las arrugas de sus preocupaciones o los callos de su esfuerzo, toda la bondad de Dios hecho fuerza salvadora. Ponte a la sombra de los héroes cotidianos, que dicen lo que son: hermanos en el Señor, pioneros del mañana, antesala del más allá, congregados en la Iglesia. Y, por si acaso, por debajo de cada minuto de la historia, escruta la sabiduría, el amor y la potencia divinas, que están llamando al mundo a su definitividad, esto es, a Él. Entonces sabrás que has abierto la llave que abre la puerta de la realidad más absoluta: habrá entrado la Primavera de gloria para siempre: el Espíritu será el que nos habite y ya no habrá más llanto, ni más muerte, ni más dolor, porque el mundo viejo habrá pasado.

Pedro Barranco©2008