En
el último Encuentro de reflexión sobre la vida comunitaria, que tuvo lugar en
Tierra Esperanza, Miguel Tombilla, Claretiano nos indicó que en los comienzos
del gran movimiento comunitario que se dio en Francia, había un trasfondo teológico
que determinaba cómo debía ser la presencia de los cristianos en la sociedad.
En la laica Francia, los distintos grupos cristianos podían dividirse en dos
grandes vertientes: la Iglesia militante y la vergonzante. La militante afirmaba
su fe con signos externos, con la intención de visibilizarse y decir que estaba
en medio de la sociedad para transformarla. La vergonzante, en cambio,
pretendía pasar desapercibida, como fermento en la masa, en el anonimato y,
desde esa posición construir una realidad que se pareciera al modelo de Jesús.
Años
antes, en el Concilio Vaticano II se dieron también posiciones parecidas. Esa
pregunta que lanza Pablo VI para invitar a una seria reflexión sobre la
identidad y misión del Iglesia permanece lacerante en el tiempo, más aún en
nuestro tiempo.
A
nadie se le oculta la tensión pastoral que ha impreso el Papa Francisco a la
Iglesia, y que ha suscitado las respuestas más diversas. Los movimientos que
tienen miedo y no saben cómo responder sin una propuesta beligerante a una
sociedad que ha perdido los valores cristianos; o aquellos que quieren ser
fermento en la masa, pero sin condenar todo
lo que se hace, sino más bien haciendo crecer los que de Dios y evangelio, como
el “Verbo seminal” del que hablaba San Ignacio, hay en toda época.
Hay
un reverdecer en la Iglesia, una primavera que no responde de manera inmediata en
el tiempo a un postconcilio, pero que bebe de aquella inquietud que movió a
gran parte los padres conciliares a renovar la Iglesia.
¿Qué Iglesia?¿Cómo la Iglesia?
En
un tiempo de incertidumbres, con una inversión brutal de grupos de presión que dibujan un
modelo determinado de persona; con avances tecnológicos inimaginados en otros
tiempos, con una globalización que nos hace vecinos; con un enorme flujo
migratorio fruto - entre otros - de
la desigualdad lacerante de riquezas y derechos; con multitud de guerras y
conflictos que parecen a la población retazos de un videojuego; con una tumba
en el mar para una Europa miedosa; con una tierra herida por nuestro escaso
interés por una economía sostenible; con un mundo de soledades en el norte
desarrollado, y de hambre de muerte en el sur por salir de su situación de
dependencia... ¿Qué iglesia, y cómo la Iglesia?
Pareciera
que no podemos hacer nada. ¡Tan grande es el mundo y sus problemas!
Nosotros,
como seguidores de Jesús, nos hemos preguntado por esto. Y hemos respondido.
Por eso, la comunidad Tierra Esperanza quiere ser una respuesta humilde y
sencilla desde nuestra debilidad, y que ha querido ( y quiere ) recrear el
momento de Galilea de Jesús.
Galilea, el mundo donde crece y vive,
donde se educa y percibe las cosas. Galilea, su identidad más profunda. Y allí
Jesus, un profeta de Galilea, un nadie entre los nadies. Rodeado de un grupo de
rústicos hombres de la pesca, de pecadorcillos y traidores, de mujeres que no
cuentan, de gentes sin apellidos ni posición. Anónimos enfrente de un Imperio
todopoderoso, de una religión judía alienante, en una esquina del mundo.
Así también nosotros. Hemos optado por
vivir, en una apuesta por volver a las raíces, en medio del mundo, dándonos
gratuitamente a los que vengan. No hay héroes entre nosotros, no hay personajes
con nombres grandes, no hay brillo. Sabemos de nuestras carencias y defectos,
pero también que el Espíritu reposa en medio de su pueblo más cuando es
comunidad, cuando convergemos justos, cuando unimos nuestras miserias por el sueño
del galileo.
Por eso el mejor modelo es el de
servicio. Queremos ofrecer el evangelio como dice el Profeta y obispo Pedro
Casaldaliga:
“No tener nada.
No llevar nada.
No poder nada.
No pedir nada.
Y, de pasada,
no matar nada;
no callar nada.
Solamente el Evangelio, como una faca
afilada.
Y el llanto y la risa en la mirada.
Y la mano extendida y apretada.
Y la vida, a caballo, dada.
Y este sol y estos ríos y esta tierra
comprada,
por testigos de la Revolución ya
estallada.
¡Y “mais nada”!”
Un
modelo de sencillez y servicio, una iglesia abierta y acogedora, que abrace y
acompañe, que no busca la sanción ni la exclusión, que vive para la justicia y
busca la paz, donde no se dan privilegios ni rangos, con el pueblo caminando unido y con diversos
carísimas, en diálogo con la sociedad y la cultura y no atrincherada en lo que
sirvió hace siglos. Una iglesia que inventa constantemente formas de
acercamiento y caricia, de sanación y liberación.
Vemos,
con tristeza, que hay un miedo – humano,
y demasiado mundano- que añora una seguridad que no es evangélica.
Criaturas enfundadas en trajes que las aíslan del mundo y del roce con los
suyos, enarbolando privilegios y verdades que no buscan discernir el momento
que vivimos y quienes lo viven; dirigentes que condenan a troche y moche, que
excluyen, que matan la ilusión y apagan el pabilo vacilante. Pero también
gentes que se esfuerzan por acompañar a todos, sin exclusión; que gritan las
injusticias y comprenden las debilidades; que bucean en lo nuevo de Dios en
todos los tiempos; hombres y mujeres, consagrados o laicos, que añoran una
Iglesia “tienda de campaña”, con misericordia repartida en las heridas, con la
horizontalidad de los hermanos, con la capacidad de pedir perdón; Sabemos, y
nos consta, que el gran tejido de la Iglesia, no son los discursos, ni los
títulos, ni los papeles, sino la vida puesta como tierra de acogida, como lugar
de encuentro, como casa de familia, como aventura compartida.
En
Tierra Esperanza, queremos hacer realidad lo que intuimos que Dios nos va
pidiendo: vivir el evangelio sin más, encontrarnos hermanos, buscar el reino de
Dios y su justicia, compartir con sencillez, alentar nuevas realidades
comunitarias, caminar entre las penumbras de lo cotidiano poniendo empeño e
ilusión.
Nadie
piense que es ya una realidad. Nuestra miseria camina al lado de nuestro sueño.
Hemos errado mucho. Y lo que nos queda. Quizás nuestra única certeza es la de
saber la constancia de nuestro Señor a nuestro lado, y querer corresponder a
ese amor tan grande. Pero también reconocemos los signos de los que quieren
saborear ese evangelio nuevo para una sociedad nueva. Una Iglesia nueva, sí.
Ahora más que nunca. Ahora, como en cada momento de la historia.
Comunidad Tierra Esperanza
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