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sábado, 18 de agosto de 2007

Aquí, sentado, frente a la inmensidad del mar.
No es este el mío, este se abreva más. El mío es más bravo, menos quieto, pero más sincero, y más inmenso.
No sólo cambia de nombre. También de horizonte.
Y aunque te contemplo, me aturde el alivio y me llueve la melancolía.
Vaya, es imposible andar sin ti.
Me pareces correligionaria casi. Sin duda te crearon con el ferreo deseo de un suspiro.
Pero quien dijo que ser contemplativo es ser pasivo no se enteró de nada.
La inmensidad, sí, aunque no sea verbo se puede conjugar en todas las formas personales.
Por meditarla no se va, ni por contemplarla se asusta. Permanece en el paisaje, y agita.

La vida no transcurre cosida al reloj, ni se cuentan sus intensidades a golpe de agujas, ni de clepsidras. Los encuentros, mientras fueron, se celebraron como sones de vida. Detrás, la imnesidad. Detrás, abierto, todo lo que queda.