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viernes, 30 de noviembre de 2007

Desencuentros


Suceden constantemente en la vida. Un día alguien se acerca, en el sentido inmediato y también en el extenso, y toca tus emociones. Se produce ese encuentro en el que vaciar las intimidades. Aprecias y te aprecian. Quieres. La persona se convierte en un paisaje conocido por el que gusta transitar. Risas, conversaciones, alguna tristeza, sueños, ideales, descansos, paisajes, trabajos...todo por nada. Bueno, quizás y acaso, por lo mismo que se da. Saberse mirado.
Eres alguien, entonces y además, cuando alguien pone en tí su confianza. Somos un canal de comunicación abierto las veinticuatro horas del día y la noche.
Pero algo, inopinado, desconocido, ignorado, provocado o no concita la hecatombe. O no. Bien pudiera ser que el tiempo, la distancia, la desidia o el despiste vital pusiera frío y desangelara aquella presencia.
Pero se va disolviendo, confundiendo los caracteres queridos con la suma de muchos que fueron. Y el alma se convierte en un erial de distancias y ausencias. ¡Qué triste, entonces, encontrarse con el eco de los fantasmas que anduvieron habitándonos!
Esta tiña del alma tiene remedio. No remedos, que son como engaños que suceden en el espejo difuso de la memoria. Digo remedios, y digo bien. Abrir las puertas al encuentro, y que nos sepan receptivos, no melancólicos en las brumas de lo que soñamos pudo ser y no ocurrió. Plagados de seres en este ahora, pero con regusto por reiniciar, por aprender del pasado que somos, también aquellos que fuimos y los que fueron nosotros.
Te convoco al encuentro, no sea que la parca nos encuetre en la distracción alelada del solitario. Te invito al presente, con aquel tufillo agradable del pasado que nos hizo. Pasa, entra.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Comentarios en Cuidadredonda.org

la Próxima semana, desde el día 3 hasta el 8, se publican unos comentarios que he realizado a las lecturas bíblicas.Estas corresponden a aquellas que la Liturgia Católica ofrece para las Eucaristías del día.
La página es http://www.ciudadredonda.org.

Te animo a que visites la Página de los Claretianos, que está muy bien elaborada y, en el apartado "Palabra diaria", accedas a los comentarios. Si quieres, puedes incluso dejar un comentario.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Espacios "Crecer para ser"


El Sábado pasado empezamos, en Tierra Esperanza, una nueva propuesta formativa. La hemos denominad0 "Crecer para ser". Están invitados todos aquellos que quieran o necesiten unos ratillos de formación continuada. Fue un éxito y, si estás cerca, te animamos a que asistas.
Este es el tema de este primer encuentro.



Es posible creer

Constantemente, el hombre, se ve asediado por la duda ante la posibilidad de la fe. Hoy, herederos del siglo XIX y XX, tendríamos argumentaciones suficientes que nos podrían inclinar del lado de la increencia. Y, si cabe aún más, el conocimiento de la Historia, siempre interpretación de los hechos, no lo olvidemos, nos recuerda episodios equivocados y tristes de la Iglesia.
A todo esto, que podría entenderse como un reto necesario para la inteligencia y la coherencia del que cree, debemos sumar un clima muy determinado en España. Arrastramos un anticlericalismo que enturbia la reflexión, porque cualquier cosa que se diga sobre la fe se entiende como referida necesariamente a las estructuras eclesiales, o a sus representantes jerárquicos. Y, por si fuera poco, en estos últimos años, se le suman las razones y contra razones que se expresan en la opinión pública acerca de la religión, sin la necesaria serenidad, y fruto de posiciones ideológicas bien determinadas.

Me pregunto ¿es posible creer? ¿Nos dejan espacio para ello las circunstancias, las ideas, los enfrentamientos, los errores, la historia y la filosofía? ¿Nos permite la ciencia afirmar la fe? La propia conciencia, enfrentada a la relatividad de nuestra vida que termina ¿nos invita a dar ese salto que significa profesar una creencia determinada?
Debo confesar que me enfrento a ello, constantemente, en mi trabajo. Por un lado con los muchachos que, en el Instituto, fruto de su despertar en el razonamiento abstracto y por su edad, dudan. Pero también porque, estando en el ámbito del mundo intelectual, bien que quizás menor, los compañeros de profesión preguntan o afirman sobre la misma fe, o la Iglesia, o la Religión.

¿Cómo puedo contestar a esta pregunta de forma sencilla, pero precisa y real? Quisiera ir “bajando” desde lo más general a lo más concreto, para poder ayudar, un poco, en el discernimiento sobre esta cuestión. Pero siempre sabiendo que lo que voy a aportar es mi propia, y humilde, reflexión personal sobre el asunto. Al fin y al cabo la fe es una opción de sentido, por lo tanto íntima e intransferible, en la que intervienen todas las potencias del hombre: inteligencia, voluntad y sentimientos. Y, necesariamente se refiere a una experiencia que puede expresarse, pero que no imperiosamente debe compartirse.

Sobre Dios


En cuanto a la posibilidad objetiva de creer debo decir que el hombre, cuando se asoma al hecho del inicio del universo, o al origen del hombre, o a la propia finitud de la existencia humana, se ve compelido, impulsado, a preguntarse por qué existe lo que vemos y si hay una Razón ordenadora del comienzo del Universo y de todo lo real. Dicho de otra forma ¿existe un Creador, o todo esto es fruto del azar? Cualquiera de las respuestas que demos no se nos imponen desde la inteligencia. Podríamos decir que sí o que no, pero ambas serían fruto de una opción. Y esto es importante, porque se tiende a pensar que la “demostración” de la existencia de Dios es el axioma o afirmación que debemos dar para asegurar que esta ahí, que existe. Pero de igual forma podríamos decir lo contrario. No hay prueba irrefutable de la inexistencia de Dios. Ambas son opciones que parten desde la voluntad de dar coherencia y sentido a la vida o bien negársela. A la pregunta de por qué hay algo y no mejor nada, creo que es mejor responder por una apuesta de sentido. La inutilidad de la existencia de todo, y de mi ser en particular, me llevaría a la angustia y, como diría el existencialista Camus, a preguntarme si no sería mejor suicidarme. Hay un Ser que ha hecho posible que todo sea. Y esto parte del indicio, de la evidencia del orden del universo, que no recurre al azar como forma de organización. Como diría Einstein: “Dios no juega a los dados con el Universo”. Y que más allá del posible Big-Bang, que fue innecesario, haya una Realidad impulsora de esa Gran Explosión. Ese punto de energía, que permanecía eternamente suspendido en medio de la nada, no tenía necesidad de explotar. Una realidad, fuera de ella misma la hizo ser. Pero, lo que a mí personalmente me lleva a afirmar su existencia es el hecho de que prefiero dotar de sentido a mi existencia, impulsándola a algo más allá de mi propia realidad, a someterla a la vacuidad de la nada. Es mejor creer, no por miedo, sino porque frente a las dos posibilidades, me quedo con la mejor.
Por supuesto que no es una argumentación exhaustiva la que puedo exponer aquí, el espacio del cual dispongo me lo impide. Solo puedo pergeñar algunas pistas que nos invitan a la reflexión. Pero sí debemos afirmar que la fe no se opone a la razón, ni la excluye. Y, más aún, la razón no siente repugnancia ante el hecho mismo de la fe. Puede acompañarla y, en último término, el hombre es el que afirmará o negará, fruto de su experiencia y su voluntad.
Más allá aún de eso, Dios es una experiencia personal, válida y fuerte, que recompone mi ser, que me llena de júbilo y que me asegura mi serenidad. Dios es la Transcendencia que responde a las preguntas sobre mi limitación y mi proyección hacia la totalidad de mí mismo. No es, en modo alguno, la respuesta de mis miedos sino, más allá, lo que me lleva a poder responder al vacío que siento cuando me miro. Hemos nacido con un gran hueco que necesita ser habitado, respondido. La naturaleza nos ha dotado de la autoconciencia, la capacidad de reconocernos y sabernos. Y de sabernos limitados. Sería un enorme despropósito, una desgracia sin límites, que el ser más acabado de la creación se supiese para la muerte. Carecería de sentido.
Creo que por todo esto, es posible creer.


El seguimiento de Jesús

Muchos de los que actualmente nos encontramos en España hemos nacido, crecido y sido educados en una tradición religiosa concreta. Y todos conocemos algo de Jesús. La mayoría de las personas creen que es alguien valiente y sincero, bueno, que fue capaz de afrontar un destino cruel. Podríamos decir que lo admiran. Y ciertamente el hombre Jesús es alguien que ha superado las barreras de su cultura y de su tiempo para llegar a imponerse en todas las épocas y lugares. Su mensaje es de una grandeza que, a mi juicio, nadie ha superado. Y su praxis es de una sobriedad y coherencia sin límites. Por eso produce admiración. Además, este Maestro de humanidad propone su esquema vital como una meta de felicidad para todo hombre y para todo el hombre. No impone, sino que sugiere metas más altas de perfección, acudiendo a las raíces mismas de la humanidad para elevarlas y llevarlas a la plenitud. Muchos hombres y mujeres, a lo largo de la historia, cientos de miles, han seguido muy de cerca al Cristo de la fe y han logrado transformar su historia personal, y la historia general dándole vuelcos pacíficos a lo que parecía inexorable. Por su seguimiento hemos sido capaces de llegar a elaborar incluso la Carta de los Derechos Universales, que en su fundamento último, su eje axiológico, bebe directamente de las fuentes cristianas.
Sin embargo, nada habría llegado a ser lo que es si no hubiera habido una afirmación unida a la de la grandeza humana de Jesús: la aseveración de que es Señor, esto es, participación de Dios. Creo, sinceramente, que si no afirmamos con rotundidad la humanidad y la divinidad de Jesús, su historia no habría traspasado en importancia a la de otros grandes mesías judíos o maestros espirituales de otras religiones o tradiciones culturales. Me quedo con este Señor de la historia porque su mensaje es enormemente atractivo, independientemente de la distancia que medie entre lo que quisiera hacer vida en mí y lo que soy o hago. Pero la apuesta por su persona no es solamente por su mensaje. Me siento unido a El en esa evidencia de que Dios rompió definitivamente la barrera que nos separaba de la divinidad para hacernos partícipes de su esencia.
Creo que por todo esto, es posible creer.


En cuanto a la Iglesia

La Iglesia es la otra pregunta. La Iglesia Católica, en Europa Occidental. Las otras tradiciones (Protestantes y Ortodoxos) en los países del este y del norte. La miríada de seguidores en la historia han constituido lo que llamamos Iglesia (asamblea). Su historia es la de los hombres y mujeres que quisieron creer en Él desde sus mismas miserias, desde su realidad última. Todos soñamos con lo que queremos ser, pero después la realidad es otra cosa, sin embargo también somos una parte de eso que soñamos. La historia de la Iglesia ha estado llena de errores y traiciones. Pero también de heroicidades tejidas, las más de las veces, en el anonimato. Otras veces, personajes atravesados de una convicción sin fisuras, fueron capaces de proponer, para su tiempo y sus necesidades, ideas geniales: educación para pobres, hospitales gratuitos, universidades donde reflexionar, comedores para indigentes. Respuestas, al fin, y siempre pegadas a las más grandes miserias y llenas de misericordia. Pensadores y gestores de Europa son y han sido los cristianos. Hoy también. Hoy también cristianos anónimos, obispos y curas, religiosos, padres o madres de familia, todos, con propaganda o sin ella, se preguntan cómo servir mejor. Y responden con originalidad, con arrojo, y sin mirar cuánto rentaran sus buenas obras.
Hay quien dice que la Iglesia es un negocio, que tiene poder, que son unos mentirosos. Bien, cada cual que crea lo que quiera, pero la realidad es muy distinta. Si hoy, todos aquellos que dan su vida por los demás en función de sus convicciones cristianas, hicieran huelga, el mundo sería un caos de egoísmo. Hay muchos más gestos de grandeza, de sinceridad, de generosidad en todas las estructuras de la Iglesia, que errores cometidos. La Iglesia se ha equivocado, se equivoca y se equivocará, porque está sujeta a la humanidad. Pero, más aún, unida a su Señor y a su mensaje, ha llevado al hombre y a la mujer a la dignidad de hijos de Dios con tanta fuerza, que no ha sucumbido en sus contradicciones. Ninguna institución humana puede decir eso.

Sinceramente creo que, por todas estas cosas, y muchas más que no puedo desgranar, es posible pertenecer al grupo de personas que, insertos en la Iglesia, enamorados del Mesías, tienen la intención de llegar a Dios Padre-corazón de madre para poder descansar en Él su destino último. O, dicho de otra forma, hoy es posible, y necesario, creer.


Pedro Barranco ©2007





jueves, 8 de noviembre de 2007

Cuestión de intensidad.


Hace un tiempo que llevo enfrentándome a una realidad que me perturba, que convive conmigo, y que interesa a muchos de los que me encuentro, aquello que llaman acedia o demonio meridiano. Desde luego, está suficientemente estudiada en la mística y la espiritualidad. Pero, llegado que me ha esa etapa de la vida donde se confunden cansancios, decepciones, sinsabores, luchas, fracasos, esfuerzos cíclicos, esperanzas de cambios y un largo etc. no puedo más que sentarme a digerir el concepto vital y tratar de afrontarlo desde las dos potencias que mejor conozco: el espíritu y la razón.
Esto que llaman el demonio meridiano no es más que el cansancio que acomete a la persona que se ha puesto a batallar en la vida tratando de ofrecer lo mejor de sí mismo y que, llegado un momento, tiende a bajar las armas, los listones de superación, para conformarse y amoldarse. Más aún, se pregunta si valió la pena lo conseguido y lo peleado.
El demonio del mediodía está descrito perfectamente, porque ha actuado en múltiples ocasiones. En la mayoría de los escritos de los místicos orientales, o de los padres del desierto, se le representa como aquel que asaetea al monje en esa hora de la siesta en la que la modorra obnubila el entendimiento y la voluntad.
Hoy también se da. Pero está recubierto de nuevos andrajos, de una forma sutil de grandeza o de la aúrea mediócritas. Bien es cierto que la experiencia religiosa no constituye, en nuestros días, el objeto de la preocupación de los medios de comunicación y, por eso, revisten éstos esa experiencia, en muchas ocasiones, de ropajes con un contenido explícito menos religioso. Como si le hubiéramos otorgado la característica de vergonzante. No pasa en todo el mundo, claro. Quizás en determinadas culturas, sobre todo en la occidental, y también de forma desigual. Pero lo cierto es que nadie está exento de esa atonía, desgana, tedio o sopor que sobreviene a la vida, y que nos acerca a la pregunta sobre el sentido último de nuestro ser y de nuestro actuar.

Cierto es que todos soñamos con cambiar el mundo. Sobre todo aquellos que nos agarramos al ideal caballeresco del bien que triunfa siempre. Los de mi generación hemos tenido grandes santones que pusieron su vida al servicio de la verdad o de la justicia: Mahatma Ghandi, o Martin Luther King, por citar algunos. Quizás nuestros héroes no eran tan de papel couché como hoy. No nos importaba tanto la estética, sino mucho más la ética. Pienso que quizás ese afán de aventura que cristaliza en el ser que suspira más allá de sí por un ideal, pertenece a todos los momentos históricos. De una forma o de otra. Es bien cierto que sucede esa ensoñación en la juventud –utilizo aquí el término ensoñación en su acepción más positiva, no tanto como ilusión vana, más bien como ideal al que se tiende.

Pero si esos sueños se dieron, los que han pasado tiempo de su vida en ellos -o distraídos en otras cosas, o mirando de soslayo cada vez que la batalla se lo permitía- pueden tener la tentación de escarbar en la desgana y pervertir los mismos con la mentirquilla peligrosa de la conformidad. Pueden pensar que el descanso del guerrero debe prolongarse más allá de un breve respiro, y desertar tirando la tarea de su propia descripción de sí mismos como luchadores. “Vana es la tarea que nos trae” -puede soplarles el demonio meridiano- “mejor sumarse al desierto de los torpes que pujan por ponerse a la sombra de los dóciles”.
No pasa nada si la duda se cuela por los resquicios del convencimiento. Getsemaní es un aserto, una afirmación imperecedera, una química innata en nuestro funcionamiento vital. Los sudores de sangre significan la responsabilidad que pesa sobre nuestras acciones, sin más sujeto que nosotros. El tormento de verse dibujado en un futuro inútil es, cuando menos, una experiencia dolorosa. Y necesaria. Si no dudáramos seríamos unos necios avistando un espejismo. Getsemaní es un paso hacia la heroicidad o el fracaso.

Y debo confesar que este hombre, Jesús, no deja de noquearme cada vez que lo pienso. Seguro que se vio subido al cadalso de la ignominia olvidado de los suyos. Era enormemente perspicaz y conocía el corazón miedoso de los suyos. Los sabía rondados por el demonio meridiano. Como Él. Pero no rotundos, sino inciertos.

Podría haber dicho “hasta aquí llego”, pero no. Porque es ahí cuando la mordedura de la medianía hace efecto. El veneno del abandono de los ideales se riega en las venas de las ganas y funde el acero más duro. Cuando sobreviene ese momento, ese lapsus del querer, si nos dejamos morder, estamos perdidos. Es como morir por congelación, dicen que sobreviene el sopor, el sueño grato, y nos va parando las constantes vitales. Al final, la muerte. Así de real el demonio meridiano. Las fuerza que fallan, las certezas que desaparecen, la tensón que decae. Y, sobre todo, la distracción, que nos pone en función de ñoñerías, siglas, ideales vacuos y banalidades varias. Convertimos nuestra vida en un soserío propio de aburridos y ahí llegamos. Todo lo demás es vegetar.

Preguntarnos hoy por los grandes ideales quizás no esté de moda, no lo sé. Pero debe ser el grito que nos haga salir de la parálisis vital y nos enmarque en el cuadro que somos. Estamos proyectando una grandeza infinita, porque estamos hechos para eso. No sobrevolar es sujetarse, como gallináceas, al calor de lo seguro. Apesebrarse con las consignas dictadas por otros es comer siempre en la palma de la mano de los dueños. Y nosotros regimos como señores en el entendimiento y la voluntad. Nos hace grandes esa grandeza. No soñar es tener pesadillas de tedio sin fin, un desierto de verdades que nos obliga a ponernos en la sombra de los otros. El demonio mañanero, la acedia, quiere que mudemos, no la piel, sino el ser, para llegar a ser de otros. O no ser nosotros, que es igual.
La refriega es la que hace correr la sangre. La refriega vital, se entiende. Podemos parar para tomar aliento, sí, sólo lo justo para llenar los pulmones del aire que nos lleva más allá. Mucho más allá. Sujetarse es difícil, más para los que se piensan venidos de la nada, sumidos en la nada, y abocados a la nada. Los creyentes están abordados por una certeza más lúcida, nuestra existencia tiene una proyección final de infinitud. Cosechamos lo mejor de nosotros cuando arremetemos contra toda clase de medianías. Seguros en aquellas palabras del Apocalipsis “porque no eres ni frío ni caliente te vomito de mi boca” vamos abandonando los campos de invierno para que nos se nos congelen las ganas de ser mejores, de ir más allá, en definitiva, de ser santos.
Combatir el demonio mañanero retornando sueños, quizás más maduros, pero más apasionantes puede ser un antídoto. Pero lo será más afirmar los pies en las convicciones más profundas, anclar la esperanza en aquel amor que nos amó primero, y apoyar la fe en las pequeñas acciones que cubren nuestra vida.