El Sábado pasado empezamos, en Tierra Esperanza, una nueva propuesta formativa. La hemos denominad0 "Crecer para ser". Están invitados todos aquellos que quieran o necesiten unos ratillos de formación continuada. Fue un éxito y, si estás cerca, te animamos a que asistas.
Este es el tema de este primer encuentro.
Es posible creer
Constantemente, el hombre, se ve asediado por la duda ante la posibilidad de la fe. Hoy, herederos del siglo XIX y XX, tendríamos argumentaciones suficientes que nos podrían inclinar del lado de la increencia. Y, si cabe aún más, el conocimiento de la Historia, siempre interpretación de los hechos, no lo olvidemos, nos recuerda episodios equivocados y tristes de la Iglesia.
A todo esto, que podría entenderse como un reto necesario para la inteligencia y la coherencia del que cree, debemos sumar un clima muy determinado en España. Arrastramos un anticlericalismo que enturbia la reflexión, porque cualquier cosa que se diga sobre la fe se entiende como referida necesariamente a las estructuras eclesiales, o a sus representantes jerárquicos. Y, por si fuera poco, en estos últimos años, se le suman las razones y contra razones que se expresan en la opinión pública acerca de la religión, sin la necesaria serenidad, y fruto de posiciones ideológicas bien determinadas.
Me pregunto ¿es posible creer? ¿Nos dejan espacio para ello las circunstancias, las ideas, los enfrentamientos, los errores, la historia y la filosofía? ¿Nos permite la ciencia afirmar la fe? La propia conciencia, enfrentada a la relatividad de nuestra vida que termina ¿nos invita a dar ese salto que significa profesar una creencia determinada?
Debo confesar que me enfrento a ello, constantemente, en mi trabajo. Por un lado con los muchachos que, en el Instituto, fruto de su despertar en el razonamiento abstracto y por su edad, dudan. Pero también porque, estando en el ámbito del mundo intelectual, bien que quizás menor, los compañeros de profesión preguntan o afirman sobre la misma fe, o la Iglesia, o la Religión.
¿Cómo puedo contestar a esta pregunta de forma sencilla, pero precisa y real? Quisiera ir “bajando” desde lo más general a lo más concreto, para poder ayudar, un poco, en el discernimiento sobre esta cuestión. Pero siempre sabiendo que lo que voy a aportar es mi propia, y humilde, reflexión personal sobre el asunto. Al fin y al cabo la fe es una opción de sentido, por lo tanto íntima e intransferible, en la que intervienen todas las potencias del hombre: inteligencia, voluntad y sentimientos. Y, necesariamente se refiere a una experiencia que puede expresarse, pero que no imperiosamente debe compartirse.
Sobre Dios
En cuanto a la posibilidad objetiva de creer debo decir que el hombre, cuando se asoma al hecho del inicio del universo, o al origen del hombre, o a la propia finitud de la existencia humana, se ve compelido, impulsado, a preguntarse por qué existe lo que vemos y si hay una Razón ordenadora del comienzo del Universo y de todo lo real. Dicho de otra forma ¿existe un Creador, o todo esto es fruto del azar? Cualquiera de las respuestas que demos no se nos imponen desde la inteligencia. Podríamos decir que sí o que no, pero ambas serían fruto de una opción. Y esto es importante, porque se tiende a pensar que la “demostración” de la existencia de Dios es el axioma o afirmación que debemos dar para asegurar que esta ahí, que existe. Pero de igual forma podríamos decir lo contrario. No hay prueba irrefutable de la inexistencia de Dios. Ambas son opciones que parten desde la voluntad de dar coherencia y sentido a la vida o bien negársela. A la pregunta de por qué hay algo y no mejor nada, creo que es mejor responder por una apuesta de sentido. La inutilidad de la existencia de todo, y de mi ser en particular, me llevaría a la angustia y, como diría el existencialista Camus, a preguntarme si no sería mejor suicidarme. Hay un Ser que ha hecho posible que todo sea. Y esto parte del indicio, de la evidencia del orden del universo, que no recurre al azar como forma de organización. Como diría Einstein: “Dios no juega a los dados con el Universo”. Y que más allá del posible Big-Bang, que fue innecesario, haya una Realidad impulsora de esa Gran Explosión. Ese punto de energía, que permanecía eternamente suspendido en medio de la nada, no tenía necesidad de explotar. Una realidad, fuera de ella misma la hizo ser. Pero, lo que a mí personalmente me lleva a afirmar su existencia es el hecho de que prefiero dotar de sentido a mi existencia, impulsándola a algo más allá de mi propia realidad, a someterla a la vacuidad de la nada. Es mejor creer, no por miedo, sino porque frente a las dos posibilidades, me quedo con la mejor.
Por supuesto que no es una argumentación exhaustiva la que puedo exponer aquí, el espacio del cual dispongo me lo impide. Solo puedo pergeñar algunas pistas que nos invitan a la reflexión. Pero sí debemos afirmar que la fe no se opone a la razón, ni la excluye. Y, más aún, la razón no siente repugnancia ante el hecho mismo de la fe. Puede acompañarla y, en último término, el hombre es el que afirmará o negará, fruto de su experiencia y su voluntad.
Más allá aún de eso, Dios es una experiencia personal, válida y fuerte, que recompone mi ser, que me llena de júbilo y que me asegura mi serenidad. Dios es la Transcendencia que responde a las preguntas sobre mi limitación y mi proyección hacia la totalidad de mí mismo. No es, en modo alguno, la respuesta de mis miedos sino, más allá, lo que me lleva a poder responder al vacío que siento cuando me miro. Hemos nacido con un gran hueco que necesita ser habitado, respondido. La naturaleza nos ha dotado de la autoconciencia, la capacidad de reconocernos y sabernos. Y de sabernos limitados. Sería un enorme despropósito, una desgracia sin límites, que el ser más acabado de la creación se supiese para la muerte. Carecería de sentido.
Creo que por todo esto, es posible creer.
En cuanto a la Iglesia
La Iglesia es la otra pregunta. La Iglesia Católica, en Europa Occidental. Las otras tradiciones (Protestantes y Ortodoxos) en los países del este y del norte. La miríada de seguidores en la historia han constituido lo que llamamos Iglesia (asamblea). Su historia es la de los hombres y mujeres que quisieron creer en Él desde sus mismas miserias, desde su realidad última. Todos soñamos con lo que queremos ser, pero después la realidad es otra cosa, sin embargo también somos una parte de eso que soñamos. La historia de la Iglesia ha estado llena de errores y traiciones. Pero también de heroicidades tejidas, las más de las veces, en el anonimato. Otras veces, personajes atravesados de una convicción sin fisuras, fueron capaces de proponer, para su tiempo y sus necesidades, ideas geniales: educación para pobres, hospitales gratuitos, universidades donde reflexionar, comedores para indigentes. Respuestas, al fin, y siempre pegadas a las más grandes miserias y llenas de misericordia. Pensadores y gestores de Europa son y han sido los cristianos. Hoy también. Hoy también cristianos anónimos, obispos y curas, religiosos, padres o madres de familia, todos, con propaganda o sin ella, se preguntan cómo servir mejor. Y responden con originalidad, con arrojo, y sin mirar cuánto rentaran sus buenas obras.
Hay quien dice que la Iglesia es un negocio, que tiene poder, que son unos mentirosos. Bien, cada cual que crea lo que quiera, pero la realidad es muy distinta. Si hoy, todos aquellos que dan su vida por los demás en función de sus convicciones cristianas, hicieran huelga, el mundo sería un caos de egoísmo. Hay muchos más gestos de grandeza, de sinceridad, de generosidad en todas las estructuras de la Iglesia, que errores cometidos. La Iglesia se ha equivocado, se equivoca y se equivocará, porque está sujeta a la humanidad. Pero, más aún, unida a su Señor y a su mensaje, ha llevado al hombre y a la mujer a la dignidad de hijos de Dios con tanta fuerza, que no ha sucumbido en sus contradicciones. Ninguna institución humana puede decir eso.
Sinceramente creo que, por todas estas cosas, y muchas más que no puedo desgranar, es posible pertenecer al grupo de personas que, insertos en la Iglesia, enamorados del Mesías, tienen la intención de llegar a Dios Padre-corazón de madre para poder descansar en Él su destino último. O, dicho de otra forma, hoy es posible, y necesario, creer.
Pedro Barranco ©2007
Este es el tema de este primer encuentro.
Es posible creer
Constantemente, el hombre, se ve asediado por la duda ante la posibilidad de la fe. Hoy, herederos del siglo XIX y XX, tendríamos argumentaciones suficientes que nos podrían inclinar del lado de la increencia. Y, si cabe aún más, el conocimiento de la Historia, siempre interpretación de los hechos, no lo olvidemos, nos recuerda episodios equivocados y tristes de la Iglesia.
A todo esto, que podría entenderse como un reto necesario para la inteligencia y la coherencia del que cree, debemos sumar un clima muy determinado en España. Arrastramos un anticlericalismo que enturbia la reflexión, porque cualquier cosa que se diga sobre la fe se entiende como referida necesariamente a las estructuras eclesiales, o a sus representantes jerárquicos. Y, por si fuera poco, en estos últimos años, se le suman las razones y contra razones que se expresan en la opinión pública acerca de la religión, sin la necesaria serenidad, y fruto de posiciones ideológicas bien determinadas.
Me pregunto ¿es posible creer? ¿Nos dejan espacio para ello las circunstancias, las ideas, los enfrentamientos, los errores, la historia y la filosofía? ¿Nos permite la ciencia afirmar la fe? La propia conciencia, enfrentada a la relatividad de nuestra vida que termina ¿nos invita a dar ese salto que significa profesar una creencia determinada?
Debo confesar que me enfrento a ello, constantemente, en mi trabajo. Por un lado con los muchachos que, en el Instituto, fruto de su despertar en el razonamiento abstracto y por su edad, dudan. Pero también porque, estando en el ámbito del mundo intelectual, bien que quizás menor, los compañeros de profesión preguntan o afirman sobre la misma fe, o la Iglesia, o la Religión.
¿Cómo puedo contestar a esta pregunta de forma sencilla, pero precisa y real? Quisiera ir “bajando” desde lo más general a lo más concreto, para poder ayudar, un poco, en el discernimiento sobre esta cuestión. Pero siempre sabiendo que lo que voy a aportar es mi propia, y humilde, reflexión personal sobre el asunto. Al fin y al cabo la fe es una opción de sentido, por lo tanto íntima e intransferible, en la que intervienen todas las potencias del hombre: inteligencia, voluntad y sentimientos. Y, necesariamente se refiere a una experiencia que puede expresarse, pero que no imperiosamente debe compartirse.
Sobre Dios
En cuanto a la posibilidad objetiva de creer debo decir que el hombre, cuando se asoma al hecho del inicio del universo, o al origen del hombre, o a la propia finitud de la existencia humana, se ve compelido, impulsado, a preguntarse por qué existe lo que vemos y si hay una Razón ordenadora del comienzo del Universo y de todo lo real. Dicho de otra forma ¿existe un Creador, o todo esto es fruto del azar? Cualquiera de las respuestas que demos no se nos imponen desde la inteligencia. Podríamos decir que sí o que no, pero ambas serían fruto de una opción. Y esto es importante, porque se tiende a pensar que la “demostración” de la existencia de Dios es el axioma o afirmación que debemos dar para asegurar que esta ahí, que existe. Pero de igual forma podríamos decir lo contrario. No hay prueba irrefutable de la inexistencia de Dios. Ambas son opciones que parten desde la voluntad de dar coherencia y sentido a la vida o bien negársela. A la pregunta de por qué hay algo y no mejor nada, creo que es mejor responder por una apuesta de sentido. La inutilidad de la existencia de todo, y de mi ser en particular, me llevaría a la angustia y, como diría el existencialista Camus, a preguntarme si no sería mejor suicidarme. Hay un Ser que ha hecho posible que todo sea. Y esto parte del indicio, de la evidencia del orden del universo, que no recurre al azar como forma de organización. Como diría Einstein: “Dios no juega a los dados con el Universo”. Y que más allá del posible Big-Bang, que fue innecesario, haya una Realidad impulsora de esa Gran Explosión. Ese punto de energía, que permanecía eternamente suspendido en medio de la nada, no tenía necesidad de explotar. Una realidad, fuera de ella misma la hizo ser. Pero, lo que a mí personalmente me lleva a afirmar su existencia es el hecho de que prefiero dotar de sentido a mi existencia, impulsándola a algo más allá de mi propia realidad, a someterla a la vacuidad de la nada. Es mejor creer, no por miedo, sino porque frente a las dos posibilidades, me quedo con la mejor.
Por supuesto que no es una argumentación exhaustiva la que puedo exponer aquí, el espacio del cual dispongo me lo impide. Solo puedo pergeñar algunas pistas que nos invitan a la reflexión. Pero sí debemos afirmar que la fe no se opone a la razón, ni la excluye. Y, más aún, la razón no siente repugnancia ante el hecho mismo de la fe. Puede acompañarla y, en último término, el hombre es el que afirmará o negará, fruto de su experiencia y su voluntad.
Más allá aún de eso, Dios es una experiencia personal, válida y fuerte, que recompone mi ser, que me llena de júbilo y que me asegura mi serenidad. Dios es la Transcendencia que responde a las preguntas sobre mi limitación y mi proyección hacia la totalidad de mí mismo. No es, en modo alguno, la respuesta de mis miedos sino, más allá, lo que me lleva a poder responder al vacío que siento cuando me miro. Hemos nacido con un gran hueco que necesita ser habitado, respondido. La naturaleza nos ha dotado de la autoconciencia, la capacidad de reconocernos y sabernos. Y de sabernos limitados. Sería un enorme despropósito, una desgracia sin límites, que el ser más acabado de la creación se supiese para la muerte. Carecería de sentido.
Creo que por todo esto, es posible creer.
El seguimiento de Jesús
Muchos de los que actualmente nos encontramos en España hemos nacido, crecido y sido educados en una tradición religiosa concreta. Y todos conocemos algo de Jesús. La mayoría de las personas creen que es alguien valiente y sincero, bueno, que fue capaz de afrontar un destino cruel. Podríamos decir que lo admiran. Y ciertamente el hombre Jesús es alguien que ha superado las barreras de su cultura y de su tiempo para llegar a imponerse en todas las épocas y lugares. Su mensaje es de una grandeza que, a mi juicio, nadie ha superado. Y su praxis es de una sobriedad y coherencia sin límites. Por eso produce admiración. Además, este Maestro de humanidad propone su esquema vital como una meta de felicidad para todo hombre y para todo el hombre. No impone, sino que sugiere metas más altas de perfección, acudiendo a las raíces mismas de la humanidad para elevarlas y llevarlas a la plenitud. Muchos hombres y mujeres, a lo largo de la historia, cientos de miles, han seguido muy de cerca al Cristo de la fe y han logrado transformar su historia personal, y la historia general dándole vuelcos pacíficos a lo que parecía inexorable. Por su seguimiento hemos sido capaces de llegar a elaborar incluso la Carta de los Derechos Universales, que en su fundamento último, su eje axiológico, bebe directamente de las fuentes cristianas.
Sin embargo, nada habría llegado a ser lo que es si no hubiera habido una afirmación unida a la de la grandeza humana de Jesús: la aseveración de que es Señor, esto es, participación de Dios. Creo, sinceramente, que si no afirmamos con rotundidad la humanidad y la divinidad de Jesús, su historia no habría traspasado en importancia a la de otros grandes mesías judíos o maestros espirituales de otras religiones o tradiciones culturales. Me quedo con este Señor de la historia porque su mensaje es enormemente atractivo, independientemente de la distancia que medie entre lo que quisiera hacer vida en mí y lo que soy o hago. Pero la apuesta por su persona no es solamente por su mensaje. Me siento unido a El en esa evidencia de que Dios rompió definitivamente la barrera que nos separaba de la divinidad para hacernos partícipes de su esencia.
Creo que por todo esto, es posible creer.
Sin embargo, nada habría llegado a ser lo que es si no hubiera habido una afirmación unida a la de la grandeza humana de Jesús: la aseveración de que es Señor, esto es, participación de Dios. Creo, sinceramente, que si no afirmamos con rotundidad la humanidad y la divinidad de Jesús, su historia no habría traspasado en importancia a la de otros grandes mesías judíos o maestros espirituales de otras religiones o tradiciones culturales. Me quedo con este Señor de la historia porque su mensaje es enormemente atractivo, independientemente de la distancia que medie entre lo que quisiera hacer vida en mí y lo que soy o hago. Pero la apuesta por su persona no es solamente por su mensaje. Me siento unido a El en esa evidencia de que Dios rompió definitivamente la barrera que nos separaba de la divinidad para hacernos partícipes de su esencia.
Creo que por todo esto, es posible creer.
En cuanto a la Iglesia
La Iglesia es la otra pregunta. La Iglesia Católica, en Europa Occidental. Las otras tradiciones (Protestantes y Ortodoxos) en los países del este y del norte. La miríada de seguidores en la historia han constituido lo que llamamos Iglesia (asamblea). Su historia es la de los hombres y mujeres que quisieron creer en Él desde sus mismas miserias, desde su realidad última. Todos soñamos con lo que queremos ser, pero después la realidad es otra cosa, sin embargo también somos una parte de eso que soñamos. La historia de la Iglesia ha estado llena de errores y traiciones. Pero también de heroicidades tejidas, las más de las veces, en el anonimato. Otras veces, personajes atravesados de una convicción sin fisuras, fueron capaces de proponer, para su tiempo y sus necesidades, ideas geniales: educación para pobres, hospitales gratuitos, universidades donde reflexionar, comedores para indigentes. Respuestas, al fin, y siempre pegadas a las más grandes miserias y llenas de misericordia. Pensadores y gestores de Europa son y han sido los cristianos. Hoy también. Hoy también cristianos anónimos, obispos y curas, religiosos, padres o madres de familia, todos, con propaganda o sin ella, se preguntan cómo servir mejor. Y responden con originalidad, con arrojo, y sin mirar cuánto rentaran sus buenas obras.
Hay quien dice que la Iglesia es un negocio, que tiene poder, que son unos mentirosos. Bien, cada cual que crea lo que quiera, pero la realidad es muy distinta. Si hoy, todos aquellos que dan su vida por los demás en función de sus convicciones cristianas, hicieran huelga, el mundo sería un caos de egoísmo. Hay muchos más gestos de grandeza, de sinceridad, de generosidad en todas las estructuras de la Iglesia, que errores cometidos. La Iglesia se ha equivocado, se equivoca y se equivocará, porque está sujeta a la humanidad. Pero, más aún, unida a su Señor y a su mensaje, ha llevado al hombre y a la mujer a la dignidad de hijos de Dios con tanta fuerza, que no ha sucumbido en sus contradicciones. Ninguna institución humana puede decir eso.
Sinceramente creo que, por todas estas cosas, y muchas más que no puedo desgranar, es posible pertenecer al grupo de personas que, insertos en la Iglesia, enamorados del Mesías, tienen la intención de llegar a Dios Padre-corazón de madre para poder descansar en Él su destino último. O, dicho de otra forma, hoy es posible, y necesario, creer.
Pedro Barranco ©2007
1 comentario:
Muy bueno, Pedro. Es para seguir sintiendo en nosotros más razones para seguir apostando por: la vida, el evangelio, y nosotros mismos como constructores de un mundo mejor.
Creo... claro que tenemos y seguimos teniendo razones para creer, celebrar y vivir nuestra fe... "nada nos apartará del amor de Dios" y eso se comunica, les guste o no a otros, eso se transmite, como por los poros nos sale, porque lo que es fundante, no se puede matar. Nada más hermoso que la vida y se nos ha dado, la que estaba con el padre desde el principio, la que hemos visto y oído, pero sobre todo hemos tocado con nuestras manos...y hoy la manifestamos, a pesar de muchos...
Gracias por el artículo.
un beso Jesusa
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