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viernes, 4 de noviembre de 2011

Buf, hace ya mil vidas que no transito por estas vides. ¡Madre mía! Y, como quien no quiere la cosa ya en Noviembre. Pero es que la vida transcurre con una enloquecida carrera a la que no somos capaces de habituarnos. Por lo menos yo. Y a más intensidad en los trabajos,a más apreturas en el tiempo, y más años...menos probabilidad de atrapar los momentos para hacerlos que duren. O por lo menos, que se estacionen los minutos a la orilla de los días, para poder saber que están allí.
Y los hijos, ni te cuento. Abre la puerta el primero y parece que un vendaval se los lleva a todos seguidos.
No quisiera que la vida me pillara deprisa, corriendo a cada tropiezo. No quisiera no ser consciente. No quisiera desaparecer entre la nada de las cosas que hay que hacer.
El buen antídoto de la intensidad en la reflexión, y la posibilidad de poder pararte en el momento de silencio que te atrapa, puede colorear la turbia relación que tenemos con el tiempo que nos lleva.
Sé que no puedo permanecer en este ahora en el que escribo. Tampoco quiero. Perpetuarme en lo que soy, y sé que soy, con la sólida confianza de poder ser. Y eso, en el silencio.