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jueves, 29 de enero de 2009

autobuses ateos y demás

A continuación os dejo un artículo del Teólogo González de Cardedal. Fue publicado en ABC, el día 18 de Enero de 2006, en la Tercera de ABC. Muy interesante.

"... Mortal es ya el hecho histórico de que creyentes e increyentes se lancen la palabra «Dios» a la cara cuando tenía que ser pronunciada por los creyentes con veneración y asombro, mientras que los no creyentes deberían respetarla por ser sagrada a sus semejantes... " Ortega y Gasset


ESTE título no está tomado de esos anuncios que ahora ruedan en autobuses por las ciudades. Le pertenece a Ortega y Gasset, quien en un artículo de 1926 bajo ese marbete escribía lo siguiente: «Hay épocas de odium Dei, de gran fuga lejos de lo divino, en que esta enorme montaña de Dios llega casi a desaparecer del horizonte. Pero al cabo vienen sazones en que súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen, emerge a sotavento el acantilado de la divinidad. La hora es de este linaje, y procede gritar desde la cofa: ¡Dios a la vista!».
¿Qué ha ocurrido en la conciencia europea para que tras años de silencio social sobre Dios, ahora aparezca esa extraña proclamación, que expresada como rechazo no se atreve a la negación absoluta y deja su existencia en probabilidad? Esa palabra primordial «Dios» todos la proclamamos en consentimiento o en rechazo. Ella nos precede y nos comprendemos a nosotros mismos como finitos a la luz del Infinito, como mortales a la luz del Inmortal, como creados a la luz del Creador. ¿Qué es más sensato: acogerse como frutos de un amor preveniente o como arrojados por un destino ciego? ¿Es posible que nuestra razón y corazón procedan de algo sin-razón y sin-corazón?
De Dios ni podemos callar ni sabemos hablar. Sólo podemos hablar de Él haciéndonos eco y siendo altavoces de su propia palabra acogida pecho a tierra, como revelación de su amor y en respuesta de nuestro amor. Quien se la apropia o la blande como arma frente al prójimo, está profanando a Dios y ofendiendo a su prójimo. ¿Quién se atrevería a decir que conoce a Dios, que lo puede retener por propia mano, o ponerlo a su servicio? Él es una presencia real pero elusiva, personal pero sustraída. No es posesión de nadie y es soberana sobre todos. Sólo descalzos y de rodillas, los oídos abiertos y los ojos cerrados, en acogimiento de uno mismo y en recogimiento de la dispersión exterior, podemos percibirle. No en el terremoto, ni en el viento, ni en el fuego exterior sino en la brisa tenue está Él. Así se dio a sentir a Elías camino del Horeb y a Moisés desde el Sinaí en la hendidura de la peña, viéndole por la espalda mientras se alejaba. Pero ese silbo amoroso, que ha rozado nuestras pupilas interiores ya nunca podremos olvidarlo, aun cuando azoten los vientos del Norte.
De Dios sólo se puede hablar con amor y temblor desde dentro de la verdad de la existencia, desde el estremecimiento de quien se sabe lejos de la propia dignidad humana y más lejos todavía lejos de la santidad divina. Sólo se puede hablar de Él con una razón que nace de la vida y del servicio incondicional al prójimo. A ese Dios podemos reconocerle en las huellas que han dejado en nuestro mundo sus testigos cualificados: profetas, místicos, poetas altavoces suyos en la cotidianidad, servidores de pobres y enfermos, santas voces de una eternidad que es inherente a nuestra finitud, de un Misterio, que es ya presencia a nuestra soledad, y al que podemos abrirnos porque previamente Él se ha abierto a nosotros. Aceptación de nuestra individualidad y adentramiento en nuestra soledad son condiciones para conocer a Dios. Sólo quien se conoce a sí mismo puede reconocer a Dios y sólo quien ama a su prójimo puede columbrar a Dios.
No se puede hacer comercio, propaganda o ideología con este santo nombre. Sólo podemos manuducir el prójimo hasta Dios con la verdad de la existencia, la dignidad de la justicia y la fortaleza de la esperanza. Tenemos que darle palabra y razón de Él pero no demostrar y nunca imponer. Estando en la verdad ante Él y desde Él enhiestos y libres para todo a la vez que solidarios de todo y servidores de todos, gozosos y esperanzados, los creyentes serán verdaderos y hablarán bien de Dios. Preocupados por todo lo bello, noble y justo, a la vez que serenamente despreocupados y abiertos a la gloria del mundo y a la belleza de las cosas, que es alimento natural del hombre y suprema flor de la realidad.
El creyente se sabe agraciado con la luz de la fe. Ella no es una conquista suya sino un don de Dios al que ya no puede renunciar porque equivaldría a renunciar a la luz con la que ve un mundo nuevo. Agraciado y humillado por la propia fe, de la que debe gozarse pero nunca vanagloriarse, se asombra cada día de sí mismo, de que al despertar siga existiendo y creyendo. Tanto la vida como la fe son una diaria sorpresa, que el bien nacido agradece a Dios y comunica a los demás. Lo que le causa asombro al creyente no es la increencia del prójimo sino su propia fe, porque sabe que es puro don de Dios. Nada más contradictorio con ella que despreciar o acusar a quien no la tiene: esto revelaría que quien lo hace no sabe lo que es el admirable don de creer; que ha confundido lo que es gracia con lo que es un vulgar producto que se compra, una idea que se fabrica o una mera herencia que se recibe.
Cuando las cosas sagradas de la vida humana son tratadas mal y maltratadas, terminan volviéndose contra el hombre y degradándole. La trivialización maligna conduce al olvido de lo esencial, a la pérdida del respeto a lo sagrado, al encubrimiento de los límites de la vida humana, a la anulación de la diferencia entre el bien y el mal. ¡Mortal es ya el hecho histórico de que creyentes e increyentes se lancen la palabra «Dios» a la cara cuando tenía que ser pronunciada por los creyentes con veneración y asombro, mientras que los no creyentes deberían respetarla por ser sagrada a sus semejantes! Cuando esa realidad que debería aparecer como alma vivificadora para todos, se convierte en arma de acoso, entonces algo esencial se ha pervertido en la convivencia. ¡Y todos los que colaboremos a esa pugna seremos culpables de lesa divinidad y de lesa humanidad!
Kierkegaard decía que al hombre que encuentra a Dios en su vida, le ocurre como al beduino en el desierto que, cavando dentro de su tienda, descubre una fuente. De ella recoge el agua y se la ofrece a su prójimo para saciar la sed: nunca se la arroja contra el rostro. Cada hombre tiene que cavar en la tienda de su propia interioridad para allí encontrar a Dios. El creyente le ofrecerá a su prójimo como agua viva. El no creyente no debe equivocarse: la realidad de Dios es una gracia posible también para él y no depende de cómo sean los propios creyentes. Cada uno somos un absoluto ante Dios y ante Él tenemos que responder con el nombre con el que previamente Él nos llama a cada uno. Dios es el primer bien común de la humanidad. Porque Él es uno creándonos, somos nosotros unos como hombres. Su paternidad creadora es el fundamento de nuestra fraternidad indestructible.
A la luz de lo anterior el lector se preguntará: ¿son los autobuses públicos lugar apto para el uso acusativo o defensivo del santo nombre de Dios? (No pregunto si es legítimo en pura lógica de mercado sino si es fermento de concordia o de discordia en una democracia humana). No parece. Las empresas públicas, ¿pueden prestarse a tales usos ideológicos, que siempre terminan ofendiendo a unos o a otros? No parece. Esta campaña nació en Inglaterra como reacción contra una presentación que hace a Dios fuente de miedo y amenaza al hombre con la condenación eterna. Y tenía razón en rebelarse contra ella y contra tal uso fatídico e inhumano de Dios, porque Él es la fuente primera de la vida y la raíz última de la felicidad. Dios es gratuito como lo son el amor y la luz, la belleza y las flores.
No puede ser utilizado como palanca que sirva de acelerador ni de freno para fines materiales de este mundo. Él es de otro orden: la luz que nos alumbra para que existamos en libertad; la lumbre que alumbra para que en gozosa responsabilidad crezcamos. No se puede hablar de Dios en vano, en falso, en profano. El creyente no hablará así nunca de Él.

TERCERA DE ABC

miércoles, 28 de enero de 2009

Una de cal y otra de arena

Me pregunto qué ha de pasar en la vida pública, con su baile de cifras, de mentiras, de espionajes varios, de anuncios que animan ateísmos, de dineros que debían llegar y nunca aparecieron, para que realmente cambie todo a un nivel ético aceptable y honesto.
Parece cómo que no importara nada. El poder de las instituciones se parece mucho a aquellas monarquías absolutistas. Iban sucediéndose sin que el pueblo interviniera o, si lo hacía, era para vitorear al fuerte. Por miedo, por desidia, por aburrimiento, por fastidio, por imposibilidad, por incapacidad, por pereza...dejamos que todo siga como está. Nos encogemos ante los hados del destino, en manos de los que "saben", de los que manejan los hilos del destino universal o particular.
El poder de un hombre nada puede contra una maquinaria engrasada por el unto de intereses y prebendas. Mi voto, mi opinión, mi rebeldía no vale para mover un ápice el rumbo del mundo. Es como si viéramos que aquel "1984" de Orwell, que leímos, se ha quedado pequeño ante una realidad que es más que la imaginación.
Pero un hombre puesto en pie sobre sus convicciones es capaz de devolver cordura al conjunto de los que buscan. Un hombre que se levanta con capacidad crítica revierte en todos, y hace distinta la realidad. No ahora, quizás. Pero fuerza una maquinaria que transforma el hastío en verdad.
La humanidad no es un enjambre irracional, es la suma de individuos que se afirman en su distinción para poder hacerse juntos.
Estamos inquietos ante la gran fuerza de los medios de comunicación que quieren manipular la percepción de la realidad; ante los políticos que medran para tener un minuto de gloria y un bolsillo relleno; ante el capitalismo salvaje y sin escrúpulos que hace que unos tiremos basura que sirve de alimentos a otros; ante el voto cautivo; ante la guerra servida en bandeja con las armas que fabricamos aquí...
Creo en los hombres y mujeres con conciencia ,y elementos morales, para enfrentarse a una realidad que no les gusta, y cambiarla. Pero es necesita esfuerzo. Y hay que educar a los jóvenes hoy para que pueda suceder.

miércoles, 14 de enero de 2009

Discurso pronunciado por Gervasio Sánchez


Reproduzco el discurso que me han mandado. Me parece muy sugerente.


Discurso pronunciado por Gervasio Sánchez (periodista y fotógrafo) durante la entrega de los premios Ortega y Gasset el 7 de mayo.

En el acto estaban presentes la Vicepresidenta del Gobierno, varias ministras y ministros, exministros del Partido Popular, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, el Alcalde de Madrid, el Presidente del Senado y centenares de personas.

Estimados miembros del jurado, señoras y señores:

Es para mí un gran honor recibir el Premio Ortega y Gasset de Fotografía convocado por El País, diario donde publiqué mis fotos iniciáticas de América Latina en la década de los ochenta y mis mejores trabajos realizados en diferentes conflictos del mundo durante la década de los noventa, muy especialmente las fotografías que tomé durante el cerco de Sarajevo. ….

Quiero dar las gracias a los responsables de Heraldo de Aragón, del Magazine de La Vanguardia y la Cadena Ser por respetar siempre mi trabajo como periodista y permitir que los protagonistas de mis historias, tantas veces seres humanos extraviados en los desaguaderos de la historia, tengan un espacio donde llorar y gritar.

No quiero olvidar a las organizaciones humanitarias Intermon Oxfam, Manos Unidas y Médicos Sin Fronteras, la compañía DKV SEGUROS y a mi editor Leopoldo Blume por apoyarme sin fisuras en los últimos doce años y permitir que el proyecto Vidas Minadas al que pertenece la fotografía premiada tenga vida propia y un largo recorrido que puede durar décadas.

Señoras y señores, aunque sólo tengo un hijo natural, Diego Sánchez, puedo decir que como Martín Luther King, el gran soñador afroamericano asesinado hace 40 años, también tengo otros cuatro hijos víctimas de las minas antipersonas: la mozambiqueña Sofia Elface Fumo, a la que ustedes han conocido junto a su hija Alia en la imagen premiada, que concentra todo el dolor de las víctimas, pero también la belleza de la vida y, sobre todo, la incansable lucha por la supervivencia y la dignidad de las víctimas, el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic y la pequeña colombiana Mónica Paola Ojeda, que se quedó ciega tras ser víctima de una explosión a los ocho años.

Sí, son mis cuatro hijos adoptivos a los que he visto al borde de la muerte, he visto llorar, gritar de dolor, crecer, enamorarse, tener hijos, llegar a la universidad. Les aseguro que no hay nada más bello en el mundo que ver a una víctima de la guerra perseguir la felicidad.

Es verdad que la guerra funde nuestras mentes y nos roba los sueños, como se dice en la película Cuentos de la luna pálida de Kenji Mizoguchi.

Es verdad que las armas que circulan por los campos de batalla suelen fabricarse en países desarrollados como el nuestro, que fue un gran exportador de minas en el pasado y que hoy dedica muy poco esfuerzo a la ayuda a las víctimas de la minas y al desminado.

Es verdad que todos los gobiernos españoles desde el inicio de la transición encabezados por los presidentes Adolfo Suarez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero permitieron y permiten las ventas de armas españolas a países con conflictos internos o guerras abiertas.

Es verdad que en la anterior legislatura se ha duplicado la venta de armas españolas al mismo tiempo que el presidente incidía en su mensaje contra la guerra y que hoy fabriquemos cuatro tipos distintos de bombas de racimo cuyo comportamiento en el terreno es similar al de las minas antipersonas.

Es verdad que me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo y que me avergüenzo de mis representantes políticos.

Pero como Martin Luther King me quiero negar a creer que el banco de la justicia está en quiebra, y como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte.

Muchas gracias.



viernes, 9 de enero de 2009

Empieza un año dificil

Así al menos nos lo auguran los chamanes de la política y la economía.
Mal año, dicen. Menos mal que algunos proclamaban que no había crisis, que si no estaríamos como el cínico Diógenes, pero no por opción filosófica, sino por pura necesidad.
Mal año, dicen, pero para la Europa pudiente, para la América rica...y de paso para el resto del planeta, que también existe.
Dicen que la economía se mantiene por el consumo, y yo me lo creo. Pero no por el consumo excesivo. Creo que las riquezas están mal distribuidas, muy mal distribuidas. A nosotros sólo no importa cuando nuestro nivel de vida pierde cosas que poder amontonar. Lo malo es que el mundo en "vías de desarrollo" pasa hambre y frío y no tiene calidad de vida y, a veces, ni vida que llevarse al escaso hilo que lo mantiene en la existencia.

Y, para colmo, la guerra. Esa sempiterna de Oriente medio. No recuerdo un momento largo en el que en Israel/Palestina no hubiera alguien que no metiera la pata, o el dedo en el ojo, o un obús en territorio ajeno. Complicado es, desde luego. Pero me molesta mucho el victimismo, o aquellos que ponen a unos como buenos y a otros como perversos. Aquí la sangre pringa a todos. Y los muertos no tienen afiliación política, se les acabó nada más morir. Los que vengan la sangre no saben ver más que odio y enemigos: su ceguera tiene nombre de final infeliz.

Pero quiero mirar el 2009 con esperanza, aunque alguno me felicitó sólo el 2010, porque decía que este no era posible que trajera buenos augurios. Creo que el ser humano tiene la posibilidad de reinventarse y realizar un ejercicio de imaginación que ponga remedio a tantos males. Los que el provoca y los que puede prever. Dios no nos deja solos en esta refriega, no se cruza de brazos. Pero tampoco creo que quiera hacer el mundo sin nosotros.