Páginas

jueves, 21 de marzo de 2013

fe


Y aún así confiar.
Como cuando sientes que te has perdido en medio de una multitud desconocida, de niño, porque has decidido explorar el mundo por tu cuenta y te das cuenta de que es demasiado grande.
Confiar cuando has vertido toda tu inteligencia sobre las preguntas que rondan desde siempre al hombre, y has determinado que es mejor optar por el sentido. Pero no es suficiente.
Confiar cuando ves la humanidad demasiado rota, injusta e indiferente por un ser humano que se desangra en cada herida de dolor y soledad, hambre y angustia, miseria y egoísmo; y no es posible parar semejante sangría sólo con una dosis de optimismo voluntarioso.
Confiar cuando los asideros afectivos hacen aguas, cuando tus respuestas de amor tropiezan con cada ángulo de tus aristas, cuando retienes más que das, detienes más que animas, pides en cada puerta de corazón que te tropiezas…y te das cuenta de que ese vacío no se puede equilibrar sin un amor mayor y más fuerte.
Confiar, y no desde una respuesta ciega y oscura, no desde una ingenuidad tejida de miedo, no desde una imagen construida sobre mis carencias. Confiar como una resolución de mi libertad, como una apuesta de sentido, como una intuición de la inteligencia.
Confiar porque mi experiencia me lleva a adentrarme en lo íntimo de mi ser y descubro una presencia que me acompaña y me sostiene. Y sé que sé. Y me siento amado.
Porque mirar el mundo y tratar de comprenderlo, hace ver que toda su realidad lleva a percibir un orden más allá de su estructura. Y que su armonía es una llamada contenida de misterio y evolución.
Mirar la maravilla que se cierne sobre cada hombre y mujer, y que está habitado por una plenitud como llamada, por un hambre como acicate, por una pregunta como respuesta a toda su orientación y su final.
Y saber que todo es tránsito, viaje, aventura. Y confiar.
Confiar: aceptar que la fe es un leve temblor de la inteligencia, sobrecogida ante la confianza, de quien acepta el sentido de una realidad que nos lleva a la plenitud; asumir la indigencia, sin aspavientos, sin vértigo, pero con la seguridad de estar hechos para completarnos, para la plenitud de nosotros.
La fe como el bastión, no del ignorante, sino del ser que está en el mundo con otros seres, y que intuye la gran respuesta. La fe como impulso de infinitud, como eje transformador del orbe. La fe como sonrisa, como resorte que abre al mal su sentido último.
La fe, porque es la respuesta necesaria a mi llamada a la vida. Por que es el gesto de amor que puedo dar. Porque es la rendida confianza al amor descubierto. Porque no puedo conocerme sin este descanso, y sin esta inquietud. Porque es lo que me has dado para que pueda acercarme a Ti.