Páginas

viernes, 28 de septiembre de 2007

Birmania



Este país tiene nombre de exótico. Estoy seguro que más de uno tendrá que mirar en el mapa para ver dónde se encuentra. Debo confesar que las noticias que me han hecho acercarme a este rincón asiático son las de la actualidad: la situación de violencia que está provocando el, de por sí violento, gobierno militar.
Pero hay algo que me sorprende gratamente: la toma de postura de los monjes budistas en la presión para traer la democracia a este país.
El budismo, en cualquiera de sus fórmulas, tiene una estructura interior que nada tiene que ver con las fórmulas de organización de la sociedad. La dignidad y el gobierno viene dados por la cualidad espiritual de sus miembros. Lo mismo que en todas las religiones, la elección de los candidatos a ejercer de guías está unida a la vida interior, a la "santidad" de vida. La adecuación entre lo que se cree y lo que se piensa, la transparencia entre el ser y el hacer, la preeminencia de la interioridad frente a la exterioridad, es lo que da a los líderes la solidez y la autoridad.
La religión, lo mire quien lo mire, tiene una importancia capital no sólo en la organización y estructuración sociales: no es únicamente un elemento aglutinante que "engrasa" la sociedad para que se pueda convivir. Esta concepción sociológica, de por sí valida, es incompleta.
Como estructura organizativa que es, proyecta sobre la realidad humana el deber ser. Se mueve como un impulso de mejora que lleva a los hombres y mujeres de su tiempo a fijar su mirada en un futuro que "debe ser mejor". Pero no como huida de la realidad, sino como construcción de la misma. Cualquier religión mira la bondad interior del hombre como su mejor reflejo, contraponiendola a aquella máxima de Hobbes de que el hombre es un lobo para el hombre. No es una mirada ingenua. El Absoluto (cualquiera de los nombres que reciba) participa de sí en su criatura, y ésta la conduce a la plenitud.
Por esto todas las grandes religiones tienen una clara vocación social, de transformación social. Muchos quieren recluir la vivencia de lo religioso en la privacidad. Craso error. Jamás sucederá que ese impulso de perfección sobre uno mismo y sobre la realidad, se quede en casa, encerrado entre las cuatro paredes. Nuestro ser social impide tamaño esfuerzo. Pero no sólo por eso, sino porque es una ascensión hacia lo mejor de uno mismo, que necesariamente deviene en los otros, con los que estamos en intimidad de proyectos.
Me alegra ver las túnicas azafrán marchando pacíficamente en contra de la barbarie. Saben ellos, los monjes, que podrá traer nefastas consecuencias para sus vidas. Hay muchos que siguen marchando, desde su opción religiosa, contra toda forma de opresión, violencia o represión. Transformarán el mundo, lo mismo que lo han hecho hasta ahora. Y a mejor, por supuesto. Porque encarnan lo mejor, los ideales que todos soñamos.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Comienzos de Curso

Ya estamos de nuevo en el tajo. No tengo, desde luego, esa afección nueva de la depresión por incorporación al trabajo. Me hace un poco de gracia, la verdad. ¡Mira que tenemos imaginación! Supongo que será verdad, para algunos, esa enfermedad del alma que llaman depresión. Pero creo que es la eterna fuerza de la inercia que nos lleva a realizar el menor trabajo posible, con el menor coste posible.
Doblar el lomo cuesta. Sobre todo a aquellos que lo hacen de verdad, físicamente quiero decir. ¿Tendran ellos también depresión? ¿O será sólo de los que trabajan "intelectualmente"?
Bueno, es una forma de colaborar en la recreación del mundo, que dice la Biblia. O es la esencia del hombre y lo que lo dignifica, que lo dice el marxismo. Nos da de comer, y nos obliga a realizarnos. Y eso es bueno. Remunerado o no, en casa o fuera de ella, físico o intelectual...o en la aulas. Como yo.

A mi me toca enfrentarme, de nuevo, a las personas que miran atentamente qué es lo que puedo ofrecerles. En un mercado en el que se vende tan barata la información, saber sobrevolar lo trivial para hacerles llegar a gustar de la sabiduría no es fácil. Pero sí muy apassionante. Y, por si fuera poco, me toca bregar con colectivos muy radicalizados y con una Administración pública reacia a ofrecer bein lo que se pide.

Este año estoy, de nuevo, completando horas de clase en un Instituto de Aracena, en Huelva: El IES San Blás. Los muchachos que escogen Religión en 2º de Bachillerato se ven obligados a hacerlo en lo que llaman 7ª hora. Legal, por supuesto. Se la han inventado para que puedan tener todas las optativas. Pero es que durante más de siete años la asignatura que se queda con esa hora, la séptima, es la de Religión. Bueno, por ahora nada que objetar ¿no? Lo que pasa es que, como a este Instituto acceden muchachos de otros pueblos, vienen en un transporte escolar que se va a la hora anterior. Los que quieran quedarse, han de buscarse la forma de llegar a sus casas. Y salen la las 15:30 Y, por si fuera poco, los profesores encargados de dar la asignatua alternativa ni siquiera se presentan. Que no van, vamos. ¡Hasta cierran el Instituto! Un año casi llamo a la Guardia Civil porque me habían dejado encerrado dentro con los chavales. ¿No suena esto a discriminación? Cuando hemos pedido explicaciones a la Directiva del Centro, lo que nos han dicho es que ellos no estan de acuerdo con que se de esa asignatura en el Centro y que no van a apoyarla, sino justo todo lo contrario. Un desproposito.
Soy consciente de que muchos compañeros que imparten Religión en los Institutos y Escuelas públicas tienen también problemas. Graves, además. Sé de historias en las que se mezcla el acoso laboral con el rencor ideológico, y dan una mezcla de la que salimos airosos porque creemos en lo que hacemos. Hay mucho héroe anónimo por ahí suelto, sí. Estamos ilusionados con lo que ofrecemos, aunque sabemos que hay quien daría dinero por arrojarnos a las tienieblas exteriores. Bueno, mientras los padres quieran, vamos a estar. Y vamos a estar ofreciendo vida, compañía, conocimientos, saber, y miles de actividades complementarias...
Ánimo. al tajo. Que hasta ahora poco hemos hecho.