Ya están las espigas en su sazón. Amarillean al viento los tallos y se curvan estallando de vida y abundancia. La avena grana sus dardos que cuelgan pendientes del que será bálago para las bestias y los aperos. Se curva la paja, reventona en granos de trigo, compitiendo en belleza con las amapolas derramadas en el campo sembrado.
Ya hay sudor en los hombres, y alegría, porque este año la cosecha venía prometida, y hay que apurarse en la siega. La cosecha se recibe con júbilo como un regalo de Dios, que vela y cuida de sus hijos.
Esta abundancia que se percibe en los campos sólo está visible para los que viven entregados a su labor. Los que nos aprovechamos de sus bienes, tal vez no gocemos de esta vista, ni del sobrecogimiento que significa ver fructificar la mies.
Pero está ahí para nosotros. Para todos nosotros.
La resurrección de Jesús, que se convierte en Señor de la historia, fue un derroche de grano. No se pudrió, ni cayó en tierra yerma. Sin embargo necesitaba un tiempo para que sazonara y se ofreciera como una promesa de pan y bendición. La callada tierra cobijó la promesa del fruto, y la hizo enraizar para que pudiera alimentar a los que la labraron y a los que la ignoraron. Ni espiga ni tierra preguntaron para quién fueron generosas. Ni la muerte ni la resurrección preguntaron para quién, se dieron en ese tiempo de la historia para todos. El tiempo de espera valió la pena. Descansó lo justo para que el calor resucitara la semilla. Quebró tímidamente la costra de tierra y se abrió paso. Entonces fue el milagro.
Pero el viento que seca, oportuno, meció las espigas para que pudieran estar a tiempo en la cosecha. No sólo los acontecimientos, por sí mismos, resultan significativos, a veces, para los hombres. Necesitan de un tiempo en que puedan granar, para que el fruto forme su sustancia y sea útil.
Pentecostés, la fiesta de la siega judía, abre paso al Espíritu. Ellos renovaban
La tensión, eso es lo que hace que crezcan siempre el hombre y
Jesús aparece enfrentado, a veces con una violencia ambiental soberbia, a aquellas realidades judías que identificaban al Pueblo de
Pero Jesús, el que ahora llamamos Mesías-Cristo-, contradijo la mayoría de las Instituciones llamadas santas. Lo hizo imbuido de una lógica divina: el hombre es el centro del amor divino, no aquellas leyes que lo imposibilitan llegar a Él. Es de suponer que Él mismo, como hombre y judío, sentiría la aguzada punta de la duda: ¿Estaría en lo cierto? Como profeta, debía indicar lo que entendía que era la voz del Espíritu: antes el hombre que
Jesús se dejaba llevar por este Aliento divino que sostenía su misión y su persona y, por eso, transgredía lo más sublime y sagrado:
Pero el Espíritu no es un Viento de rebeldía insana. Es el protagonista de la historia personal y eclesial que busca romper todas las ataduras, sobre todo aquellas que impiden que el hombre deje de ser libre y feliz; sobre todo aquellas que lo oprimen convirtiéndolo en el centro despótico de los otros; sobre todo aquellas que oprimen al hombre; o aquellas otras que olvidan el gran mensaje de misericordia hacia los otros. Hace falta mucha en el mundo. Hace falta mucha en
Azulea el cielo en Mayo. Algunas nubes terminan de llorar sobre la tierra su bendición. La cosecha está dando las boqueadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario