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miércoles, 6 de junio de 2007

La cosa está que arde

Parece mentira que el mapa que se está dibujando en la sociedad tenga tantos manchones de goma de borrar. Cuando en la escuela a la que yo asistí nos equivocábamos, no había típex que valiera: a borrar con gomas más o menos buenas. Y, claro, se hacían borrones, sobre todo con aquellas de dos colores: blanco y gris. Más el gris.
Pues así anda todo. Emborronado. A veces me sorprende ver que la supuesta izquierda es más de derechas que lo poco que conocí. Y que la derecha se descuelga con asertos de izquierdas.
Por eso no sé dónde situarme. Porque es que si lo hago, me pongo al margen, entre los desilusionados.
Creo en el noble arte de la política, en el ejercicio de esta función para el bien de todos los ciudadanos, especialmente de los más desfavorecidos. Pero la verdad es que muchos políticos, y muchas políticas partidistas, están haciendo insoportable el seguir con interés lo que sucede al bien público.
No encuentro identidad clara en la izquierda. Aquí se dicen cosas desde esa situación política que se denuestan en las mismas formaciones de otros países. Pero, como sabemos que hay muchos caudillistas, no importa, arrasamos con elementos que son más identificativos de la sociedad, que gestores del bien común. Convertimos al líder en profeta y lo seguimos como si del mismo Dios se tratara. Hay mucho meapilas político. Mucho beaterío partidario ahí.
No me gusta una derecha que utiliza la religión -la cristiana- y la tradición como argumento insulso para ganar adeptos. Hemos aprendido la lección de la historia, creo, para volver a caer en el mismo argumentario. Ni tampoco en ese constante cabreo en el que viven. Ni los insultos que descalifican, más que construyen.
Tampoco me gusta identificar todo con ese ser de izquierdas o de derechas, a macha y martillo, en todos los foros eclesiales. Si estás en un lado, aceptarás sin discusión; si en el otro, con devoción.
Me siento cada vez más libre porque no me creo deudor de ideologías, ni seguidor de ellas, esten dentro o fuera de la Iglesia.
Pero reconozco que, me hastían un poco y me producen desconcierto, y no querría que se me desangrara el alma por la herida de la desilusión. A lo mejor tenemos que inventar otros cauces cuando los que están establecidos son tan disonantes y distorsionadores. Puede que la ilusión venga por ahí.

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