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lunes, 25 de febrero de 2008

hay días...

El cielo se vuleve un enlosado de grises sucios, marrones y tristezas. Por eso llora, o algo así. O si acaso son mis ojos, que se enturbian. Y es que hay días en que uno no está para nada. Nos abruman los enseres del alma, con los que hemos llenado el vacío. Nos duelen los muebles rotos, y las amenazas de deshaucio, sobre todo aquellos que se refieren a nuestra compañía. El alma coge también artrosis y esto, que es signo del tiempo, nos llaga porque no llegamos donde quisimos, ni estamos donde queremos. Nada es igual porque nunca se pareció a lo que soñamos, o a lo que imaginamos en las noches en que no podíamos dormir y recompusimos las historias. A veces la ilusión parece una apretura, una huida hacia adelante para no dejarnos coger por el miedo de lo que pueda venir.
Sostenerse es la heroicidad que se nos pide, sostener el paso y la mirada, y la esperanza. Porque no podemos dar prioridades en todos los cruces, ni estamos programados para saber todos los posibles, sólo nos queda sujetar las riendas de los que somos y sacar el mejor partido a este ahora. Aunque sea doloroso.
Soy feliz y quizás me asusta, como cuando temes un dolor de cabeza después de una juerga. Quiero mirar por debajo de la mesa, a ver si la vida hace manitas conmigo. Confieso que me da miedo, por si me pide más. Sí, lo sé, ¡tengo tanto!, pero este dolor del alma no se si es una pifia de mi enorme ombligo, o una descarga electrica que me vuelva hacia lo que me alumbra.
Mientras tanto, miro al cielo y me identifco con el gres oscuro y sólido que pesa sobre mí.

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