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viernes, 23 de abril de 2010

Viaje a la interioridad

La reflexión que aparece a continuación la he escrito para una revista claretiana.
Ahí va por si os sirve.

El teólogo Karl Rhaner había dicho, para el futuro, que el cristiano sería místico o no sería. Ha pasado ya el siglo XX y nos hemos adentrado en el siguiente surcando un barco histórico que trae esa rémora de ausencia de interioridad. Cuando el mundo corre en un alocado deseo de satisfacer sus apetencias de forma inmediata, cuando la búsqueda de la identidad se hace en perfiles sociales, cuando eres si consumes, cuando el estereotipo marcado por las grandes empresas nos iguala y uniforma, cuando el pensamiento único impide el uso crítico de la conciencia, cuando la imagen fungible es lo que permanece…debemos plantearnos qué hemos perdido en el camino o qué debemos recuperar en el proceso de ser nosotros mismos.
La única manera de precavernos contra el mimetizaje con una sociedad plana y roma de ideales, es ser nosotros mismos. Esta forma de ser se construye en el espacio interior. La conciencia establece la mediación necesaria entre el estímulo y la respuesta, entre el empujón que me lleva a repetir las maneras, los pensamientos y las acciones, y lo que yo soy y quiero ser.
Pero ¿qué es ese lugar interior, ese mundo que se abre cuando cerramos algunas puertas? ¿Cómo adentrarnos en ese espacio y para qué?

1.- Interioridad.

El maestro de la interioridad San Agustín nos propone:
“No vayas hacia afuera
vuélvete a ti mismo;
en el hombre interior
habita la verdad”
El auténtico viaje importante a realizar es éste mismo, hacia dentro de nosotros. Quizás es el viaje iniciático que está esperando siempre ser realizado. No somos, auténticamente, si no nos reconocemos. Y es imposible que esto sea si no hay un proceso de introspección. La interioridad es ese espacio privilegiado donde nos podemos hacer las preguntas fundamentales sobre la existencia, donde se producen los procesos cognitivos de reconocimiento y afirmación, donde la conciencia vislumbra la vocación y las opciones radicales, donde sucede el encuentro íntimo con Dios y se abre a la transcendencia nuestro yo nuclear, es el lugar tanto del silencio y la contemplación como del impulso hacia la praxis transformadora.
El viaje al interior, la contemplación de nuestro ser íntimo, puede ser un análisis que nos construya como personas, para poder afrontar nuestra realidad desde una fuerza basada en la verdad del ser que somos. Pero no queda sólo ahí. La interioridad, su auscultamiento, también tiene una necesaria identidad creyente porque nos da la posibilidad de encontrarnos con el Transcendente, y por eso nos transciende a nosotros. Dicho de otra forma el silencio orante es un elemento constituyente de este viaje.
Hay algunos elementos importantes que deben tenerse en cuenta para esta interioridad, para crecer en ella. También algunas piedras en las que tropezamos constantemente. Sin ánimo de ser exhaustivo, quiero proponer algunos de ellos para que, posteriormente, se puedan desarrollar.

2.- Obstáculos y dificultades

1.- El ruido: Es el primer y gran obstáculo que nos encontramos. Lo definimos como todas aquellas distorsiones que nos impiden acercarnos a nuestro interior. Las distracciones son las grandes incapacitadoras, las sirenas de Ulises, que apresan nuestra atención. Un ruido es lo que capta mi solicitud momentáneamente, pero no me lleva a ninguna conclusión. Y si lo hace es absolutamente inútil para mí y para los otros. Un ruido me hace escapar del hilo de mi reflexión, del centro de mi atención y me deja sin rumbo, inane. También el ruido real puede imposibilitar mi viaje interior. Frente a esto hay diversas armas: buscar el desierto, esto es, sitios que no me distraigan, lugares o espacios solitarios; y ser constantes en retornar el hilo donde me perdió la imaginación. Constancia y silencio externo. Paciencia conmigo y lugares apropiados.
2.- El pensamiento único: Es las más sibilinas de las tentaciones. Pide de mí no ser diferente, no distanciarme porque se considera que toda diversidad es sospechosa contra el bien común. El pensamiento único amordaza la originalidad de la que estoy hecho, impide mi discernimiento, amortaja mi conciencia, me desposee de mi identidad y me vuelve un engranaje más en la maquinaria ideada por otros. Se impone de muchas formas: desde fuera lo hace con desconsideraciones, con miradas despectivas, ninguneando mis propuestas, haciéndome sentir inútil o incapaz de ordenar un mundo nuevo. Pero el primer enemigo está dentro de cada uno. Poner sordina a lo que emerge con claridad desde nuestra conciencia es un ejercicio masoquista que nos hunde en la frustración y nos convierte en borregos. Frente a esto: discernimiento constante y no sentir miedo; oración continua y propuestas revisables para observar cómo sucede mi crecimiento personal.

3.- Elementos para viajar por dentro

Hay muchos recursos y muchas formas de proceder en la interiorización personal. Quizás tantas como personas. Al fin y al cabo los medios son muletas que nos han de servir mientras resulten útiles. También hay elementos que necesitan estar para que la interioridad se haga fuerte. Voy a señalar algunos que creo imprescindibles.

1.- La búsqueda de la verdad: La que investigamos no es una teoría filosófica, sino la adecuación de mis grandes opciones con mi actuar. La verdad es la que me impulsa a buscarme y a saber qué es lo que me hace ser yo mismo. La verdad de la que estamos hechos es la sustancia que nos sostiene y construye, por eso es importante abrirse a su búsqueda. No es la verdad objetiva, sino subjetiva la que me pido hallar para poder concretar las grandes líneas de mi crecimiento personal, y así no dejar de volver constantemente sobre ellas para poder ser quien soy y, sobre todo, quien Dios quiere que sea.
2.- La conciencia personal: La define el Concilio Vaticano II como “el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto íntimo de ella” (GS 16). Allí se produce justamente la batalla en la que la verdad se va abriendo paso. Si hay algo necesario en este proceso de crecimiento interior, es el cuidado en la maduración personal, aportando datos y reflexiones que me ayuden a tomar determinaciones que conduzcan mi vida. En la conciencia es dónde analizo y maduro mis opciones y mis acciones. Cuando se ejercita, se genera una fina intuición que me hace saber el rumbo de mi vida y los derroteros que pueden destruir mis opciones fundamentales. Fundamental a ambas, verdad y conciencia, es la elaboración de un plan de vida para ayudarme en los primeros momentos, y no perder el rumbo o desesperar de mis errores personales.
3.- La libertad: Estamos cosidos a ella. Y quizás uno de los atributos que nos donó Dios para parecernos a Él. La capacidad de optar nos hacer ser lo que somos. Por eso es importante no perderla en aquellos actos que me pueden impedir, ulteriormente, actuar en libertad. La libertad no es el fin, sino el medio que me posibilita. Se pierde en capacidad de libertad cuando no discierno mis actos y me dejo llevar por la eclosión del momento, por las directrices de otro, por la moda, por el tedio, en definitiva, por no querer ser yo. La libertad me ayuda a tomar un camino, que abre otras múltiples posibilidades. Y cierra otros. Por eso la responsabilidad, la madurez y el desarrollo de la conciencia me pueden hacer más libre, más capaz para ser, y ser con los otros.
4.- El silencio y la oración: El espacio privilegiado para la interioridad es la soledad, el silencio y la oración. Íntimamente unidas, estas tres realidades, se complementan y deben facilitarse para que pueda engendrarse nuestro interior. La soledad y el silencio se necesitan mutuamente, máxime cuando nuestro mundo de ruidos quiere impedir el encuentro con la mismidad. Sólo en el silencio puede surgir la meditación y la búsqueda personal. Sólo en el silencio y la soledad puedo vaciar mi interior de ruidos y distorsiones que me impiden reconocerme.
Pero ambas realidades se dan para encontrarse con Dios. La oración es el suspiro del alma que quiere descubrir respuestas fuera de sí, y que reconoce la necesidad de compañía. La oración es el impulso para entrar en mi intimidad y sentirme habitado por una inmensidad mayor. La oración es el diálogo, con palabras o sin ellas, provocado por un afecto que desborda el entendimiento y que corre a encontrarse con su Amor. Y también es el deseo de encontrar caminos, de pedir respuestas, de aportar dimensiones de ser, y de ser para los otros.
5.- Encuentro con los otros y con el Otro: El viaje a la interioridad no es un esfuerzo que me lleva a mirarme egoístamente a un espejo. No es un ejercicio de solipsismo descarnado de los demás. Si me encuentro es para poderlo hacer con los otros. No hay diálogo si no hay dos “tus” que pueden decirse, tampoco si no sé quien soy o quién es el otro. Pero una vez realizada esa tarea, o mientras se ejerce, los otros son mi dimensión real y mi referente necesario. La interioridad es un viaje en solitario para poder ser solidario, para estar con.
Pues todo lo que hemos dicho no tiene otro fin que el de encontrarse, en lo más intimo de nosotros, con el que nos hace ser. Todo proceso de interiorización viene a culminarse en la realidad que nos transciende, que no es más que Quien nos llama a nuestra identidad. El Otro, Dios, se ha fijado en nosotros, y quiere que lleguemos a nuestra plenitud. Esa llamada primordial sale de Él y nos impulsa a Él. Por eso necesitamos un proceso de crecimiento que nos ayude a reconocernos y, de esta forma poder mirarlo cara a cara. En ese encuentro definitivo nos jugamos todo. La cita que nos hemos preparado merece la pena.

Y quiero terminar, de nuevo, con el maestro de la interioridad. Quizás, con esta reflexión suya, se vuelven vanas todas las palabras anteriores:

"¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! El caso es que tú estabas dentro de mí y yo fuera. Y fuera te andaba buscando y, como un engendro de fealdad, me abalanzaba sobre la belleza de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían prisionero lejos de ti aquellas cosas que, si no existieran en ti, serían algo inexistente. Me llamaste, me gritaste y desfondaste mi sordera. Relampagueaste, resplandeciste y tu resplandor disipó mi ceguera. Exhalaste tus perfumes, respiré hondo, y suspiro por ti. Te he paladeado, y me muero de hambre y de sed. Me has tocado y ardo en deseos de tu paz" (Conf. X, 27, 38. )

Pedro Barranco. Abril 2010

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