Tiempo del Espíritu y
tiempo de la Iglesia
Nos
están tocando tiempos difíciles. O quizás todos los tiempos sean difíciles, no
sé. Lo cierto es que estamos enfrentando un nuevo milenio con un descalabro
monumental del sistema económico provocado, a buen seguro, por una sequía en la
escala de valores. O por una escala de valores construida de tal forma que nos
conduce, necesariamente, a donde estamos hoy. También los cristianos, insertos
en la realidad cotidiana, ven cómo hay una cierta desafección, cuando no un
desconocimiento, hacia el mensaje de Jesús como un proyecto de felicidad y
plenitud para todos los hombre y mujeres. Además percibimos el foso que se abre
entre un primer mundo privilegiado y consumista, y otro mundo enquistado en la
pobreza y la miseria sangrante. Más aún, también, nos damos cuenta de la gran
brecha que viene apareciendo con mucha nitidez en nuestro “primer mundo”
diferenciando los privilegiados de los que lo son bastante menos: pobre y
ricos.
“¿Qué
debo hacer?, ¿qué nos cabe esperar?” Es la pregunta del filósofo de la Ilustración
Inmanuel Kant.
“Maestro, ¿adónde iremos?” es la
pregunta de los discípulos.
Hoy, muchos de nosotros, también,
nos preguntamos adónde conduce todo esto y qué debemos hacer mientras tanto.
Quiero aportar algunas ideas, sencillas, para tiempos de crisis. Quizás no sean
más que un elenco sin transcendencia, pero si valen para reflexionar un rato
juntos, habremos aprovechado el tiempo. Y, como decía Pascal:”El hombre no es
más que una débil caña, la más ruin de la naturaleza, pero una caña que
piensa”. Ahí van:
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Los cristianos tienen en el centro de su fe algo
que los distingue: poseen un mensaje que los conduce a la felicidad. Y esta
felicidad se realiza construyendo
una sociedad de iguales; creando un mundo fraterno, de hermanos, donde cada
persona se sienta aceptada por lo que es; integrando las diferencias y
potenciando los elementos que nos unen; amando a los más desfavorecidos;
acompañando cualquier iniciativa que respete a todas las personas; cuidando del bien preciado de la
creación…. Es decir, valorando todo lo positivo que está en nuestra naturaleza,
y en la humana también. Por tanto, es importante saber que nuestro mensaje es
optimista, positivo, y nos hacer percibir el rumbo de la historia ascendiendo.
Eso no nos hace ingenuos, sino que nos invita a trabajar para que sea posible
lo que ahora no es. Vivir desde ese optimismo vital nos hará afrontar la
situación de manera diversa, con más empaque, con más originalidad, con más
esperanza.
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“No estamos solos, sabemos lo que queremos” como
decía la canción. Nos acompañan una muchedumbre de gentes que empujan el mundo
en esa misma dirección. Cristianos que, desde la cotidianidad, se aparejan para
labrar el mundo en esa onda de valores. La Iglesia es ese conjunto, ese grupo
que busca construir el mundo que Dios soñó para todos (el Reino de Dios, en
palabras de Jesús) y que no para de inventar fórmulas que vayan desarrollando
ese plan. No vamos solos, por eso es importante construir la unidad, sentir el
calor de los que reman en el mismo barco que yo. Es fundamental que la
comunidad cristiana se vaya convirtiendo en el lugar cálido y transparente, que
invita a vivir esa fe con otros y que empuja a hacer lo posible por aportar
valores donde no los hay. Vivir, por tanto, desde la compañía y la
corresponsabilidad en la tarea. Sentirse cuerpo.
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El evangelio nos invita a vivir fundamentando
nuestra vida no en el poseer, en el tener, en el aparentar… Hay una constante
que aparece en la predicación de Jesús hacia la sencillez, la austeridad, el
compartir que hemos ido desoyendo. Si hay crisis, también lo será porque hemos
aceptado los valores de la economía de mercado, del consumo innecesario, de la
acumulación de bienes en manos de
los que pueden, olvidando el legado que Jesús nos dejó como forma de vida donde
es más importante la persona que lo que posee; el cariño, que lo que se regala;
la compañía, que los medios. Quizás habrá que pensar en decrecer, en consumir
menos y aprovechar esta crisis para poner más énfasis en lo fundamental. Vivir
desde la austeridad, pero no por racanería, sino para compartir y para no
esquilmar el planeta.
Tres elementos sencillos: descubrir el valor positivo y
propositivo del evangelio, construir una Iglesia fraterna y transparente, vivir
valores de austeridad y generosidad.
Estas actitudes pueden, y deben vivirse, no como un
esfuerzo meramente humano. La potencia de Dios, que es el Espíritu, nos
capacitará para poder llevar a término los esfuerzos y el tesón de los que se
anclan en la esperanza. Pero todos los hombres de buena voluntad pueden acceder
al mundo de valores de Jesús.
Creo que todos los tiempos pueden ser buenos para
reconsiderar nuestro estilo de vida. Los tiempos de crisis también. Y, para los
cristianos, el tiempo se mueve no sólo según las categorías humanas. Dios anda
trasteando entre los bastidores, esperando la apertura interior de cada
criatura para conducir todo a la plenitud.
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