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martes, 10 de diciembre de 2013

Recuperar la ternura

     Me he encontrado con uno de esos textos que merece la pena leer. Y máxime de la pluma de quien sale. Me refiero al “Evangelium Gaudii” (La alegría del evangelio) del Papa Francisco. Reconfortante, esperanzador, ilusionante. Te invito a leerlo. A mí me ha suscitado muchísimas simpatías. Y después de su lectura, me han surgido algunas reflexiones entorno a una palabra que sale frecuentemente: la ternura.
    Vivimos la posibilidad de encontrarnos, siempre, en un proceso de transformación personal. Cada momento de nuestra vida es la posibilidad de encontrarnos con Aquel que nos ha amado primero. Podemos no ser conscientes, estar distraídos, renegar, estar confundidos, perezosos, desmotivados…no importa cómo se halle nuestro interior porque hay alguien esperando más allá de la montaña que nos oculta su rostro. Hoy es ese momento de gracia, que te permite mirar y sentirte mirado…con ternura.
      Y es que la ternura es un movimiento que nos hace salir de nosotros mismos para volcarnos en la preocupación por el otro. Se entiende, de forma errónea, que la ternura es propia de personas blandas, de mujeres, o de gente aniñada. Pero la ternura comporta dos movimientos que nos pueden hacer crecer en el dinamismo de autoafirmación y de interdependencia. La ternura necesita del “darse cuenta” de los que nos rodean. Nos hace huir de la preocupación enfermiza que podemos tener sobre nosotros mismos, o de la independencia autónoma que nos aísla del resto del mundo. La ternura invita a la caricia, a sentir que no estamos aislados, solos, sino que formamos una red de relaciones y cuidados, de preocupaciones conjuntas y simetrías, como un castillo de naipes sustentado en nuestra debilidad y en la necesidad de los otros para sostenerme.
      Hay quien piensa que la ternura se da de forma natural. Que es algo que, simplemente, sale. Y puede que haya una componente sentimental que sea realmente así. Pero, como todas las grandes potencias del hombre y de la mujer, necesita un cuidado, un trabajo, un mimo para poderse acrecentar. Incluso para poder vivir. Porque puede suceder que nos hagamos agrios e insensibles, parapetados en nuestros miedos y amarguras, cerrando la posibilidad de que fluya desde dentro de nosotros, esa corriente de amor que es lo más genuino y específico que tenemos. Puede que, si no entrenamos el músculo del corazón terminemos viviendo como zombis, muertos en vida, que no saben reconocer el latido, las grandezas y las necesidades del otro. La ternura, si no se practica, huele a flores muertas, ese extraño olor dulzón que molesta más que embriaga.
       La potestad de la ternura es la vida. Y la expresión humilde de ese acercamiento, que reconoce la necesidad y la dependencia sana que nos urge para poder desarrollarnos. Nadie hay avezado en estas lides, todos somos aprendices. La ternura es el descubrimiento y la mirada sensata, la sorpresa y el acercamiento, la caricia y el cuidado, la ocupación hacia ti y la apertura para que recorras el camino de mi interior. La ternura requiere esfuerzo y sensibilidad, cordialidad y respeto, mima a quien la da y hace crecer a quien la recibe. La ternura se cuida de las necesidades del otro, acaricia sus llagas, llora las lagrimas con el otros, sonríe su vida, sostiene y quita el hambre. Puede que, lacerados por la cantidad de reveses de la vida, o incluso de las personas, podamos llegar a pensar que no somos merecedores de ternura. Nos convertimos en mendigos desesperanzados pensando que nadie socorrerá nuestra indigencia. Extendemos las manos con un gesto automático, pero desprovistos de toda certidumbre. Creemos que no nos tocarán, que no nos reconocerán, que no se cerrarán nuestras heridas de guerra. No creemos que, sobre nosotros, pueda caer el bálsamo del perdón…sin embargo:

“Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar « setenta veces siete » (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!”(EG, Papa Francisco)
      Hay también un aspecto dinámico, conjunto y social de la ternura. Y es que la justicia y la solidaridad son la ternura de los pueblos, porque hay quien cree que sólo estamos tu y yo. Sin embargo hay una infinidad de criaturas, un piélago de almas que deambulan, como tu y como yo, por esta tierra. Gentes a quien la vida les ha herido, el hambre les ha cercenado las esperanzas, las injusticias les han agotado las fuerzas, o el dolor les ha amargado la dicha. Y, juntos, podemos construir una ternura que va mucho más allá del contacto físico, auque también lo precise. Porque en el sostenernos y aliviar nuestra penurias se nos van las caricias y los esfuerzos. Aquí, acariciar, es trabajar para desaparezcan esas formas de aislamiento y destrucción que hacen del mundo un lugar demasiado inhóspito para muchos.
     Vuelve a decirnos Papa Francisco, esta vez refiriéndose a María:
“Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque « derribó de su trono a los poderosos » y « despidió vacíos a los ricos » (Lc 1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia.” “Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás « sin demora » (Lc 1,39). Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización.” (EG, Papa Francisco)
     Pero la ternura no es sólo un sentimiento y una actividad humana. Reconocemos de Dios, y en Jesús, esa fortuna de sentirnos mirados, comprendidos, acompañados, sostenidos. Recuperar la ternura del Dios encarnado. Habilitar espacios donde poder saborear esta entrañable especie de identidad con Él, que nos donó desde la creación.
  “Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca.” “Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor, y Él mismo habita en su vida.” “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: « Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor » (Lm 3,17.21-23.26).”(EG) 
       Por último decir que hemos de aprender a acoger con ternura en nuestras comunidades cristianas. Hemos de recrear esos espacios donde las criaturas que vienen cansadas, agobiadas, aquellas cuyos problemas y dificultades les abruma la vida, las personas rotas y sin recursos, todos esos y muchos más deben encontrar lugares, y grupos donde descansar. Nuestras Parroquias, nuestras comunidades han sido sitios frecuentados por los mismos, los de siempre, aquellos que encontraron en su tiempo una respuesta a su situación. Pero hay aún muchísimas personas alejadas, desconcertadas, recelosas…que necesitan de ese sitio. Hemos ir al encuentro de los más desfavorecidos. Y no sólo aquellos que tienen dificultades económicas, que ya es duro de por sí. Sino también de todos los que tienen cicatrices en el alma. Deben encontrarnos provistos y disponibles. Nuestras comunidades deben proveerse de arrobas de ternura, de kilos de cordialidad, de toneladas sonrisas y paciencia, pero también de muchos billetes hacia el exterior. Hay que salir, como dice el Papa, a los extrarradios, a las cunetas, donde nos encontraremos los que sufren. En definitiva, una Iglesia-Parroquia en misión, con un enorme corazón de misericordia y ternura.
 Pedro Barranco.©2013

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