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martes, 13 de febrero de 2018

La organización de la comunidad eclesial

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            Ante los retos que plantean los tiempos en los que la comunidad cristiana debe decirse y decir el mensaje de Jesús, siempre se pueden plantear muy diversas alternativas.
           
Y sucede que, en este hoy que vivimos, la Iglesia puede responder o huir, renovarse o perecer, adaptarse o encorsetarse, mirar a otro lado o afrontar la brega,  ser timorata o valiente, acudir a las fuentes primeras o anclarse en interpretaciones…se pueden hacer muchas cosas, pero lo que es indudable es que somos portadores de un mensaje que el hombre y la mujer de hoy deben entender para llegar  a la plenitud.

            Hay un miedo a perder la identidad, que pudiera entenderse como lógico en una medida aceptable, porque se tiene que conservar la esencia del mensaje, del que no somos más que meras vasijas. La imperecedera verdad que descubre Jesús para el hombre, no puede mutarse para que no sea lo genuino y específico nuestro. Por eso el evangelio, como palabra definitiva de Dios al hombre en Jesús, es siempre el referente necesario, el filtro por el que debe leerse lo que se dice y cómo se dice. El mismo San Pablo tiene lugar en la historia de la salvación desde el Maestro de Nazaret. Lo que diga ha de ser en referencia al núcleo del mensaje.
            En la historia, la Iglesia ha tenido que hacer el esfuerzo de encarnar, en la cultura de su tiempo, este mensaje. Y no siempre ha acertado. Es más, en ocasiones las decisiones de la Jerarquía eclesiástica, los documentos oficiales, o determinadas acciones han ido justo en sentido contrario al evangelio. Las Bienaventuranzas quedaron ocluidas por las riquezas, las prebendas, el poder y otras corrupciones.  Ha sido ya bien entrado el siglo XX cuando, con valentía, el papa Juan Pablo II, y ahora Francisco, han pedido perdón por los desmanes y los graves desaciertos cometidos incluso en nombre de Dios o de la Iglesia. No es de extrañar, porque esta historia no está realizada sobre alas de ángeles, sino con la misma carne humana que se falible y se equivoca, que es portadora de luz y de tinieblas.

            Por esto, entre otras cosas, la Iglesia tiene necesidad de reformarse siempre. “Ecclesia Semper reformanda”.

            También en nuestro tiempo, en esta hora que nos toca vivir.

            Es muy necesaria la reflexión sobre el cómo de la Iglesia. Sin hacer aspavientos, ni rasgarse las vestiduras, hemos ido adaptándonos a las formas de hacer las cosas, e inventando nuevas. Nuestro término diócesis es civil –tomado de las divisiones territoriales del Imperio Romano- el término presbítero (anciano) no era religioso necesariamente, o la palabra Obispo (inspector)…todos términos reelaborados para diferenciarnos de la Religión judía y romana. Y andando el tiempo los distintos modos de concebir la Iglesia han dado paso a nuevas intuiciones.

            Por eso no entiendo la inercia anquilosante que se tiene a la hora de reestructurar los ministerios, servicios y responsabilidades en la comunidad eclesial. Desgraciadamente el funcionamiento y la dirección en la Iglesia, la riqueza de los carismas y la corresponsabilidad laical en el gobierno y pensamiento de la Iglesia han ido perdiendo vigor y fuerza. Los laicos son piezas de recambio, ovejas obedientes, hijos inmaduros que deben acatar lo que dice el clero. Esa misma división, que no pertenece en modo alguno al pensamiento primigenio de Jesús, es una grave merma en la forma de entendernos como comunidad. Entiéndase. No es que no haya de haber una estructura organizativa basada en los fundamentos del evangelio y en las intuiciones de San Pablo, sino que ésta debe poder adaptarse para que no ahogue el Espíritu que sopla en toda la Iglesia.  Vivimos una enfermedad del cuerpo eclesial producida por el miedo, la incapacidad, la pereza, o vaya usted a saber qué, yo la denomino hiperclericosis  anquilosante.

            Porque ¿No hay que repensar el papel ministerial de la mujer? Lo tuvo en los primeros siglos, desapareció por los conceptos sociales imperantes, a pesar de que Jesús las privilegió de forma rupturista con el judaísmo de su época.
¿No ha de repensarse el celibato eclesiástico? No existió como tal en todo el presbiterio hasta pasados muchos siglos ¿vale sólo lo instituido a partir de una época?
Había multiplicidad de carismas instituidos, de servicios en la comunidad eclesial que no eran clericales, sino ministerios dentro de la Iglesia, por causa de un concepto monárquico y centralista se fueron haciendo sólo para los sacerdotes, cambió y se empobreció en el tiempo ¿no ha de repensarse de cara a una corresponsabilidad madura y consciente?
            Recientemente escuché que un cargo importante de una Diócesis espetaba a un laico comprometido en el trabajo por los más desfavorecidos: “tu podrás ser una buena persona pero ¿consagras? No. El que consagra es el que manda”. Pobre, pobrísimo el servicio a la Iglesia quien entiende el Ministerio de esa manera. Pero así andan las cosas. En algunos sitios de Europa, y quizás en otras latitudes, las comunidades eclesiales se empobrecen, esperando la llegada de liberados, esto es sacerdotes, que animen sus parroquias. Mientras tanto languidecen sin acertar a darse cuenta que son ellas mismas las que deben dinamizarse. Desgraciadamente, si la iniciativa laical es potente, suele venir un sacerdote que ahoga el Espíritu, apaga el pabilo vacilante, cierra todas las iniciativas, y se queda tan pancho. Al fin y al cabo es el que manda. Y tampoco se piden responsabilidades.

            Hay que reactivar una toma de conciencia, estamos en un cambio de época-como bien decía el Papa Francisco- y eso nos va a obligar a no ser timoratos, y repensar los modelos. No nos va a ir bien si reculamos a los cuarteles de invierno, nos atrincheramos en estructuras que nada dicen del evangelio al hombre de hoy, nos convertimos en “puros” frente al “mundo perverso” olvidando la necesidad de contaminarnos en la brega del anuncio y no tratamos, con honestidad, de ir a los caminos donde se encuentran las criaturas a las que hay que decirles hoy la Buena Noticia.

Pedro Barranco ©2018

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