Lunes 15/10/2007
Pudiera ser que de tanto esperar a que venga, nos distraigamos en el último momento y pase de largo. Bien podría suceder que nos acostumbraramos tanto a mirar lo conocido, que lo confundieramos con lo esperado.
La historia de Israel, al fin y al cabo la nuestra, es la de una larga, arriesgada y tenaz espera. Pero, ¡oh casualidad!, en ocasiones se le coló entre la trama de lo desconocido. Y Dios tuvo que dar un tirón de orejas de profetas rudos y provocadores. Y a veces contra los profetas. De fracaso en fracaso no aprendió este pueblo de dura cerviz. Jonás es el paradigma del hombre convencido de que Dios se equivoca en su escritura. Su pequeña mano quiere torcer los renglones. Y Dios dale que te pego, proponiendo conversión a los de fuera.
Jesús se hace profeta de los de antes para decirle al pueblo que aprenda a mirar. Porque le puede suceder que sepa que ha llegado cuando huela el rastro aromático de haber pasado. De tanto esperar al Profeta de Dios, al Mesías, dejaron de creer que podría ser realidad y lo lanzaron al futuro siempre por llegar.
Aprender a mirar que está, que acompaña, que se presenta entre los que menos esperamos. Saborear su presencia, en medio de la realidad, sin que se nos nuble la vista con nuestras percepciones y prejuicios. Porque podrían venir de Oriente y de Occidente, y así nos quiten la alegría de haber descubierto la salvación.
Siempre se me queda colgada la pregunta: si hubiera vivido en su tiempo ¿lo habría conocido? Porque ahora, con cierta tristeza, me da rabia no encontrarlo. ¿Será que miro donde no debo? Debo confesar que me da más seguridad pensar que llegará, sí, pero esta historia mía no tiene porque estar condicionada por su presencia actual. Y así, mi mediocridad se me hace cómoda. Ese es el grito de Jesús a los de su tiempo, y a los del nuestro. Es una invitación con cierta tristeza y con mucho de enfado. ¡Aprended a mirar! ¡Salid de vuestra cómoda dorada mediocridad! Sólo así podremos encontrar la verdadera liberación.
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