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lunes, 15 de octubre de 2007

Evangelio del Martes 16 de Octubre de 2007

Martes 16

Comienza aquí una larga retahíla de imprecaciones contra un colectivo muy especial: los fariseos. Me dan un poco de pena estos fariseos. Parecen testigos mudos, equivocados de tiempo y de lugar. Los fariseos se confundieron, pasados los siglos, con la totalidad de los judíos. Y así tuvieron la justificación para perseguirlos hasta la muerte. Nosotros también pudimos ser ahí testigos mudos.
Pero no va de eso la lectura. Creo yo que entre todos estos judíos, habría personas, de buen corazón, que querrían encontrar en el cumplimiento de la Ley su salvación y la de su pueblo. Incluso Jesús come con ellos. No sólo con los pecadores y los excluidos. También con los “oficialmente buenos”. No roba a nadie la posibilidad de encontrarse definitivamente con la liberación total. Y en el evangelio aparecen varias comidas con gente que quiere saber.
Entonces ¿qué pasa? ¿Por qué unos sí saben situarse frente a este mensaje y otros parece que no?
Creo que Pablo da una pista sobre esto en la lectura que corresponde al día de hoy: “Alardeando de sabios, se hicieron necios”. Parece que todos aquellos que tuvieron la posibilidad de oír el mensaje de Jesús, sintieron que ese mensaje era distinto porque ponía, blanco sobre negro, la verdad sobre la mentira. O, como en este caso, la verdad de lo que soy sobre la mentira de lo que no quiero ser. Exterioridad e interioridad son dos aspectos de la misma realidad que somos. Lo llamamos coherencia. La fuerza de Jesús residía justamente en esta identidad. Por eso se convierte en alguien incomodo. Los fariseos, que no siempre actuaban por convicción, son aquellos que dejan de lado el corazón del hombre para preocuparse, demasiado, por la letra de la Ley. No es este un pecado antiguo, enterrado con todos los fariseos. Está latente en los pliegues de todas las normas de las religiones. También entre nosotros. También entre nosotros. Y te pido hoy que hagas el mismo esfuerzo que me comprometo hacer yo. No juzgar a los otros, no encontrar la cantidad de fariseos que tengo a mi alrededor, sino prestar atención a las actitudes fariseas que me roban la paz del corazón, juzgando con lo que yo condeno: la fidelidad a mis concepciones.

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