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viernes, 9 de mayo de 2008

Se abrió el invierno tras la llave, fluyó la vida, y la puerta dio paso al ímpetu de la primavera. Fue la vida. La vida, sí, que siempre es más fuerte que cualquier atraso de hielos. También son necesarios estos, pero actúan como contrapuntos, contrarritmos que afirman una melodía basada en la potencia vital que atestigua el universo todo.
Así esta primavera de siglos que llaman a la vida, y que llamamos la Pascua.
Pero más claro nos llega el ritmo del Espíritu, indomable e indescifrable. Como un bajo que marca el compás, una sístole sangrante que mana por un cuerpo unánime, un marzo ventoso que esparce semillas de gloria, un levante que sopla las velas y remueve los fondos. Así el Espíritu, que aborda el espíritu del hombre y lo eleva como una hoja al viento caprichoso; así el Espíritu, que borda la Iglesia con una filigrana de libertad, que llama a la rebelión en las calles para tomarles el pulso y tomarlas.
Cada quién, y cada cuándo, suprimimos ventanas que pueden constituir momentos de encuentro, de comprensión. Asumimos como propias las verdades incuestionables, mientras que cuestionamos las otras. Convertidos en mesianillos de salón, revolucionarios de mesa y olla, partimos de una base dogmática diciendo que todos se han equivocado al interpretar a Dios. Menos nosotros, nuestra cabeza solemne es capaz de sustituir al Espíritu, borrando a la Iglesia de un plumazo para hacer la nuestra, a nuestra imagen y semejanza. Y entonces las raíces de la verdad, atraviesan la historia y nos dejan aorillados, confundidos en la margen donde cayeron las semillas que no vieron la siguiente primavera.
Quien más quien menos vierte su hiel en los errores cometidos, lamentos de profetas sesudos y aguerridos que dejaron el mundo por transformar en la alfombra de entrada de su casa. Eso sí, cual jeremías del siglo XXI, aburren a María Santísima con tanta desolación, tanto malo metido a estructura, mientras se forran criticando la estructuras. Siempre hubo cuervos. Pero el Espíritu no ceja, ablanda piedras saladas de llantos y las convierte en salazón de mundos nuevos y, de las piedras, puede hacer pan. Más allá de cuantos inmensos agujeros de desaciertos vieron la luz a la sombra de la Iglesia, el Espíritu suscitará puentes, abrirá saltos de agua y embrujará con la luz, construido todo con ladrillos de errores y argamasa de buenas intenciones.
Un mundo de incertidumbres nos asoma siempre al miedo, y nos yergue en sabedores de verdades absolutas,...y se nos mueren mientras tanto las criaturas que buscan una caricia de esperanza. Nada hay más malo para crear sementeras que vasijas estancas donde no entre ni el aire. A rancio huelen tantas ramificaciones interminables de leyes; siempre hubo leguleyos que quisieron vivir del cuento. Mientras tanto, el Espíritu, indomable, ayuda a crecer la libertad de las semillas salvajes que posan sus raíces en el aire. Siempre hubo una trastienda, un almacén de libertades mal contenidas en la barriga de cada presente. Hubo quienes deshojaron la margarita de su tiempo apostando por descubrir, por ir más allá sin necesidad de respaldos ni justificaciones, y hubo quien lo alentó. Lo único a lo que hay que temer es al vacío, a la carencia de posibles.

Perras se nos vuelven las ganas a todos, si no proporcionamos luces y esperanzas a los que vienen empujando el mañana. El Espíritu es un olor acompañado de frutos futuros, que el presente no es más que la confluencia del pasado y los sueños del porvenir. Mal instalados vamos a estar en una casa que hacemos inhóspita, a fuer de que no entren más que los que reconozco como mi calco. Se empobrecerá el roce y nos volverá mediocres y tristes, como perros pulgosos sin amos y sin sombra donde echarse. Necesita esta historia una fuerza de transformación que sólo Dios puede otorgar, como aquel Espíritu que aleteaba sobre las aguas primordiales, e hizo vida de la materia inerte. Igual ahora que, de tanto asegurar las paredes, podemos perdernos la compañía.
Temo que me pase lo mismo de siempre, lo que nos pasa a todos, que escribamos siempre la misma idea, interpretemos siempre el mismo papel, soñemos los mismos sueños, o que oigamos lo que queremos oír y nada haya de nuevo. Que nos pase lo sabido: rebeldías añejas y solas, encumbradas por la impericia del que no quiso deshacerse de ensoñaciones y no las hizo presente; ruidos de sables que se levantan contra todos los que usan sables –palabras como sables, lenguas como puñales; deméritos de los otros, porque los míos ni existieron ni se les espera; tedio y mucho aburrimiento adobado, de una marcha forzada a ninguna parte de tanto creer que avanzo sobre la nada. Y todo porque me desaparecieron el don de Dios hecho Espíritu y su impulso transformador de mí mismo. Es una carrera de liberación la que corremos: por mí, por todos mis compañeros y por mí primero. Y de la historia, que no se echa en manos de la nada irredenta, sino de la plenitud salvadora. Del hombre, que se sabe parte del impulso divino, ese hálito vital y vívido que se hace carne humana en Jesús, y que se nos comunica como una escala por la que ascender.
Tiempo de Espíritu, de callejas que oirán las voces de los liberados, anunciar al lobo y al cordero pastando juntos. Tiempo de Espíritu, que amanecerá sobre una Iglesia que se sabe campana y señal, compañía y refugio, hogar y misterio. Tiempo de Espíritu, para poder ir más allá, más alto, mas cerca del Dios Padre que nos mira con guiños de una feliz espera. Tiempo de Espíritu, que me renueva desde lo mas hondo de mí, que me saca de quicio, me embelesa y me vuelve sabor y saber, savia y fruto. Tiempo de Espíritu, que se contrapone a una babel de divisiones, idiomas y fronteras.
Aspira el aroma que suscita tanta esperanza de hombres y mujeres libres, allí se encuentra el Espíritu de Dios. Pégate a la piel de los que saben romper el hambre, la miseria, el miedo o la soledad, allí habita, en las arrugas de sus preocupaciones o los callos de su esfuerzo, toda la bondad de Dios hecho fuerza salvadora. Ponte a la sombra de los héroes cotidianos, que dicen lo que son: hermanos en el Señor, pioneros del mañana, antesala del más allá, congregados en la Iglesia. Y, por si acaso, por debajo de cada minuto de la historia, escruta la sabiduría, el amor y la potencia divinas, que están llamando al mundo a su definitividad, esto es, a Él. Entonces sabrás que has abierto la llave que abre la puerta de la realidad más absoluta: habrá entrado la Primavera de gloria para siempre: el Espíritu será el que nos habite y ya no habrá más llanto, ni más muerte, ni más dolor, porque el mundo viejo habrá pasado.

Pedro Barranco©2008

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