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lunes, 17 de noviembre de 2008

sobre los nombres

La torre de Babel es una paráfrasis de la actualidad.
Ocurre, como siempre, que los vendedores de viento alternan la mentira con la ignorancia y, como resultado, cosechan crédulos.
Lo que pasa en la sociedad contemporánea no es más que un enorme timo del toco mocho, pero en todo lo que se refiere a lo público. Por eso, los prohombres, y las promujeres habría que decir para ser políticamente correctos- aunque suene fatal-, nos espetan homilías encendidas cual discursos prebélicos para adoctrinarnos, indoctrinarnos, adocenarnos y, rematando la faena, atontarnos.
Juegan con las palabras, vacían los contenidos nobles y los rellenan de una especie de nada tirando a nada. Nos sorbemos los anuncios de sus disposiciones con prejuicios grandilocuentes contra otros, diciendo que "en mí, y sólo en mí" se haya la verdad imperecedera. Un fiasco, vaya.
Lo peor no es eso. Es que no sé cómo borrar de mi nómina el pago que les hago con cada declaración de la renta. No quiero mantenerlos, no quiero que formen parte de mis contratados. Porque no debemos olvidar que los políticos, los gestores, sus asesores, sus conductores, sus comunicadores, y demás personal vario, se pagan con mis impuestos. ¿No nos hacen poner cruces para algunas cosas? ¿para cuándo ponerlas para que los vividores del cuento no se lleven la pasta gansa calentita y sin mover la bisagra?
Claro, contra esto no hay más que refutar con una conciencia bien formada, rebelde y cuestionadora. Y para eso las religiones se las pintan muy bien. No hay nada más molesto que un ciudadano que se pregunta, que se posiciona y valora. Nada hay más lesivo para los que manejan las encuestas de opinión, generando opinión, que quien se levanta y apaga.
Me duelen las entrañas sociales del alma, cuando veo cómo nos llevan de corriente en corriente allá por dónde quieren. Un poco de rebeldía, por favor.

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