Se acerca el día y ella está tan nerviosa que no tiene sosiego. Quiere que todo salga bien, que estén aquellos que son significativos para ella: sus amigos, sus abuelos, sus primos...pero sobre todo quiere que llegue el día.
Lo vive como una acontecimiento maravilloso. Nos ha visto celebrar la Eucaristía muchas veces, nos ha acompañado de la manita para comulgar, nos ha preguntado qué era aquello. Su madre la ha ido acompañando en su crecimiento de fe, con las catequesis en las que desgranaba los misterios de la fe y el arrojo de la vida.
Es la última de mis hijas que nos acompaña en la mesa servida para todos, que es la Eucaristía. Se va a incorporar al Banquete en el que todos somos iguales: libres y redimidos. Se va a unir más allá de la carne, a un cuerpo mayor, que la hará crecer y desarrollarse como persona.
Ella sueña, a su manera, con todo eso. Un poco también con lo que trae consigo una celebración de ese tipo. Pero no la distrae.
Con este paso, se acerca al mundo de la adolescencia, al mundo adulto.
Siento una indescriptible sensación de que estamos todos en lo mismo, reciamente, con pasión y convicción. Eso, mirar al lado y ver a los míos conmigo, me hace transitar por este mundo de una forma más equilibrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario