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viernes, 20 de noviembre de 2009

La Eucaristía

A continuación os ofrezco un artículo que me han publicado en una revista de la Hermadad del Huerto, de Cortegana.

Pan compartido
Podemos decir que, indudablemente, muchos cristianos saben reconocer los elementos centrales del seguimiento de Jesús, y más aún aquellos que hacen referencia a la comunidad de los creyentes que llamamos Iglesia. Por eso, cuando algunas personas te quieren indicar su grado de fe, a veces, te dicen: “…soy creyente, pero no practicante”. E inmediatamente intuimos que ese “practicar” se refiere a la asistencia a la Eucaristía de los Domingos (ir a Misa, vamos).
Está claro lo que quieren señalar, no hacen falta muchas vueltas para comprender aquello que se entiende: uno de los elementos que nos distinguen, y que nos dan solidez, está ligado a esa celebración.
Por esto mismo quiero acercarme brevemente a la descripción de algunas claves que puedan arrojar algo de luz sobre lo que algunos consideran obligación, otros una pesadez, algo no muy comprendido, una rémora, algo prescindible…pero que otros muchos viven con tesón, con atención y con necesidad.

El secreto está en los comienzos

Todos sabemos que la vida de Jesús es un proceso que se va encaminando a un final previsible. El estilo de vida de Jesús, su mensaje, sus actitudes provocadoras, sus opciones por los más desfavorecidos, sus compañías, cómo entendía la relación con Dios y con los hombres, sus trabas a la interpretación de la Ley de Dios y a sus ritos, y un largo etcétera, iban acercándolo a una tensión con las autoridades, y con ciertos sectores de poder, que necesariamente terminaría mal.

1) Uno de esos gestos de Jesús son las comidas. En Israel tenían una repercusión especial. Comer no era sólo alimentarse, sino también compartir con las personas que se sentaban en la misma mesa, su vida y su situación. Comer era convivir, solidarizarse y hacerse uno con los que comían del mismo plato. Sentarse a comer con los pecadores, con los postergados, con gentes sospechosas o, simplemente malas, era hacerse de ellos. No es de extrañar que se lo echaran en cara a Jesús.
Pero a Él no parece importarle mucho:
- lo mismo comparte mesa con fariseos: cumplidores estrictos de la Ley de Moisés, considerados buenos, con influencia y políticamente correctos
- con Maestros de la Ley o escribas: gente que estudiaba e interpretaba la Ley de Dios, con una consideración alta en el pueblo y los reverenciaba
- con publicanos: traidores, ladrones e impuros… la escoria, vaya.
- con pescadores, jornaleros, prostitutas…gente baja del pueblo.

Por eso, su actitud es la de un maestro, sospechoso cuando menos, que puede proponer una igualación social, y que no tiene en consideración las leyes de pureza o pecado. Alguien que puede despertar cierta inquina en los poderosos y gestos torcidos en los cautos.
2) En los momentos previos a su muerte Jesús celebró una Cena muy especial con sus discípulos. Es hoy motivo de controversia si era durante la Pascua judía o previamente Pero esto no influye decisivamente en el significado que los cristianos, desde el principio, han captado como fundamental. El hecho significativo que provoca esta seguridad es que Jesús, en un momento específico, dice unas palabras tan extrañas en ese momento que los discípulos recuerdan tras su muerte como fundamental. Todos sabemos que nos referimos a “este es mi cuerpo” y “esta es mi sangre que se derrama por vosotros y por todos los hombres”.
Pues bien, las primeras comunidades cristianas percibieron el hecho notorio, y fue para ellos un modo de celebración que empezaron a repetir desde el mismo comienzo. La Eucaristía es, por tanto, un acontecimiento que nace desde Jesús, además de entroncar con su vida, su forma de concebir las relaciones con Dios y los hombres, y con su mensaje.

Un poco más tarde

Es bien sabido que las primeras comunidades entendieron la celebración de la Eucaristía como un acto solidario, en el que revivían la experiencia de Jesús Resucitado, celebraban su presencia en medio de la Comunidad, y vivían juntos y en fraternidad esta realidad. También, de alguna manera, estos hombres y mujeres judíos sabían que había una íntima unión entre esa cena y su historia. Recordaban que, en el Éxodo, un pan había sido regalado por Dios al pueblo de Israel (el maná) para poder alimentarlos durante su caminar en el desierto. Asimilaban aquella experiencia a ésta, y sabían del regalo de ese pan que era el mismo Jesús para poder caminar hasta su vuelta. Participar en esa Cena del Señor era sentirse reconocido en el grupo, entre los creyentes. Asistir a ella era alimentar esa fe, sostener entre todos el éxodo al que estaban sometidos porque Jesús no estaba entre ellos y querían poder verlo. Era signo de identidad, alimento de su fe, y fraternidad compartida.

Imperfecciones
Sin embargo la celebración de esta Eucaristía no era siempre igual, no estaba ausente de conflictos, que afloraban en ella, pero que no eran más que el cúmulo de pecados e imperfecciones que aportaban a la vida de fe: 1 Cor 11. La llamada de atención de Pablo a la Comunidad de Corinto es muy clara: sin solidaridad no hay Eucaristía:
“unos se adelantan a consumir su propia cena y mientras otros, no han llegado y pasan hambre, y otros se emborrachan.../…
Por esta razón, hermanos míos, huid de la idolatría. La copa de bendición que bendecimos, ¿No es la comunión con la sangre de Cristo? Ese pan que partimos, ¿No significa la comunión con el cuerpo de Cristo? Hay un solo pan, y siendo muchos formamos un solo cuerpo, pues todo y cada uno participamos de ese pan.”
Reprochaba a los cristianos de Corinto el que en la Cena del Señor, unos se saciaran y otros pasaran hambre. La Eucaristía culminaba un ágape fraterno, una comida de comunión, en la que cada uno aportaba lo que podía. Pero se había distorsionado el sentir fraternal, de manera que no se tenía en cuenta a los otros. De forma muy clara condena esa acción y pone orden. Eso no puede ser. Entiende el apóstol de los paganos que eso es como si nos condenáramos. Esta denuncia sirve para poner de manifiesto la necesidad de encontrarnos hermanos, iguales y solidarios en la comunidad de los creyentes. No puede haber ni desigualdades, ni divisiones. Y mucho menos hermanos que pasen hambre.
y a nosotros ¿qué?
Toda la exposición anterior, que trata de arrojar luz sobre los orígenes, no tiene otra intención que la de hacer consideraciones sobre nuestro presente, ya que si no, de otra manera, no podríamos decir nada para el hoy de nuestro caminar. Por eso podemos preguntarnos, qué es lo que realmente nos interesa a nosotros de la Eucaristía. O dicho de otro modo qué debemos recuperar para que la Eucaristía sea para los cristianos del siglo XXI un elemento sustentante de su fe.
Yo creo que es importante resaltar algunos aspectos:
1. La Eucaristía debe entenderse como el compartir de los hermanos. No tanto una obligación de carácter moral, o piadoso, sino como el momento en el que nos reunimos para poder acompañarnos en la fe. Cada uno de nosotros va respondiendo, desde su realidad vital, al requerimiento del seguimiento de Jesús. Por eso necesitamos encontrarnos, para acompañarnos. Nadie hay en este caminar que no necesite apoyo, consuelo, ánimos, comprensión. Por eso nuestras Eucaristías deben explicitar estar esta cercanía. Si son frías, si estamos separados, distanciados; si no nos saludamos ni nos preocupamos o preguntamos por los otros, entonces la imagen será la del cumplimento forzoso, pero no la del encuentro gozoso.
2. La Eucaristía es la fiesta de la unidad. Nos encontramos todos no por nosotros, sino por quien nos convoca. Jesús es el centro de nuestra atención, la llamada y el suspiro de nuestras vidas. Nos hacemos uno con Él cuando compartimos el pan, pero indudablemente nos hacemos un cuerpo con el resto de los hermanos y hermanas que se acercan. No hay primeros ni últimos, a no ser por el grado de servicio. La Eucaristía nos hace UNO, nos va conformando al Señor, y por eso nos encontramos hermanos. Ya nadie es indiferente para mí, si ha compartido el pan de la Eucaristía, ni es motivo de confrontación.
3. La Eucaristía nos hace solidarios, o misericordiosos. No puede haber pobres entre nosotros. La llamada a la compasión, a la solidaridad, a la misericordia, es necesaria. No puede haber eucaristía si hay injusticias en el seno de la comunidad, o si hay pobres. Porque no nos hace indiferentes, a no ser que queramos, como dice san Pablo, comer nuestra propia condenación. La sensibilidad hacia la situación del otro, la preocupación por su realidad, no es ajena a la Eucaristía. Es más, es intrínseca, va de suyo, con la misma celebración.
4. Por último, y sin ánimo de ser exhaustivo, la Eucaristía es una invitación constante a parecernos a Jesús. Cuando dice “haced esto en mi memoria”, no necesariamente se refiere solo al gesto de partir el pan, sino más bien al de entregar la vida. Lo que yo hago, hacedlo vosotros. Esto es, el modo de vida, los valores, la preocupación por todos, el acercamiento a los que sufren…es la seña de identidad que nos hace poder festejar la fe, en la Eucaristía.

Por esto podemos llegar a decir: en la medida en que nuestra fe vivida se refleje en la Eucaristía, la Eucaristía tendrá vida.

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