Pregunté a mis alumnos en clase de religión si les apetecería ser santos. No hay que decir que me miraron con cara de aterrizar desde Marte. ¿Santo?¡Qué cosas tiene Pedro! Pues no, contestó la mayoría. No me prodigo yo en clase en preguntas directas, que tienen que ver con las convicciones personales. Respeto mucho a todos los que vienen. Los hay creyentes, agnósticos, con dudas, ateos convencidos, ortodoxos, protestantes, musulmanes...de todo un poco, como en botica. Los que más abundan son los que no saben. O no quieren. Vienen con un bagaje que les invita a pensar que esto de la religión está bien, pero para otros.
Bueno, pues hubo dos alumnos que me contestaron, sin dudarlo un segundo y después de haberlo hecho un buen grupo de ellos en negativo, que por supuesto que sí. Uno de ellos un rumano, el otro un latino americano. ¿Qué está pasando en nuestra cultura europea que se denosta, se ridiculiza, no se aprecia, o es irrisorio pensar que el seguimiento de Jesús no merece la pena? ¿Qué mensaje da la Iglesia de santidad, de heroicidad en la puesta en práctica de las bienaventuranzas? Puede que se identifique el ser cristiano con una facción, con un grupo de piadosos apartados; puede que no propongamos de forma atractiva el mensaje, que no lo hagamos explícito en nuestra vida haciendo ver la enorme felicidad que ello comporta; puede que vivamos desligados del mundo y no creamos que ESTE es el que hay que llevar a la perfección, y miremos con nostalgia el pasado...no sé, pero me dejó pensando. Quizás es el momento aquel que se nos decía: vendrán de todas las naciones y pueblos y os evangelizarán...
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