Jueves 18
Me imagino a Jesús dirigiéndose a las gentes de su tiempo con un cierto punto de impaciencia y molestia por su incapacidad para percibir lo obvio.
No me extrañaría nada que se preguntara cómo era que no habían caído en la cuenta de lo que su propia historia señalaba. Y de su recalcitrante cabezonería que hacía de los profetas, sospechosos.
Se queja Jesús. Muchos pasajes del evangelio están llenos de un lamento que no parece cuadrarnos en él. Pero también forma parte de su lenguaje, porque él es también un profeta.
Y el profeta, en la más vieja tradición judía, propone y asevera, amenaza y anima. Tiene en su mano las riendas para soltarlas y retenerlas. Sabe de la historia, y a dónde se dirige. Por eso su impaciencia.
A Jesús le pasa lo mismo. Le dice a los teólogos de su tiempo -sobre todo a los oficiales- que anden con buen cuidado, no vaya a ser que lo que ellos dicen que Dios dice, termine siendo la causa de la negación del hombre para con Dios.
Hay una afirmación popular -curioso, también del Concilio Vaticano II- que hace culpable de la increencia a los que creen. Por la escasez de fuerza de su testimonio. También por la fuerza de una argumentación oscura, cerrada -con llaves- prohibitiva, que produce miedo. Los teólogos del tiempo de Jesús tenían argumentos retorcidos, a veces, para poder llegar a conocer a Dios y su voluntad. Lo mismo que nosotros. Y no dejamos entrar a los de fuera, ni permanecer a los de dentro. No coinciden, no están en la misma onda de teología y son sospechosos. No entran.
Un grupo compacto de interpretadores oficiales de los misterios de Dios, que se ponía por encima del vulgo, del pueblo, y los miraba con desprecio, impedía la mirada hacia Dios. Impedía la mirada de Dios. Por eso Jesús les dice, nos dice, que se pedirán cuentas por no haber franqueado el paso de todos hacia su presencia cariñosa. Dios, para Jesús, es un océano de misericordia, no un compendio teológico, aunque éste haga falta.
A partir de ahí, la persecución. No es de extrañar. Como siempre, este maestro de la Verdad, hace que todo se transparente. ¿Habremos aprendido nosotros con los siglos de experiencia? ¿O tendremos en nuestra mano una llave que no abre ni cierra?
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