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lunes, 19 de marzo de 2018

Ser padre


Desde aquel aciago momento en que Freud habló de matar al padre, para llegar a la autonomía y a la edad adulta, y para vivir la libertad y estar ausente de represión, los padres hemos afrontado infinidad de retos.
El inevitable, y que nos marca, es el de la misma naturaleza. Ese estar hecho para vaciar, para esparcir, para salir de sí y no ser un contenedor que provoca el crecimiento, y el ser, nos sellará para siempre. El mantenimiento de la especie no nos hizo proclives, podría parecer, al sustento del nido. Bien es verdad que no sucede de la misma manera en todas las especies. Pero al menos sí en aquellas con las que nos comparan. Y, claro, salimos perdiendo. Porque los ejemplos se buscan, a priori, para forzar un argumento que es un prejuicio.
La sociedad burguesa endiosó la libertad como el aspecto más determinante de nuestro ser. El existencialismo lo utilizó como arma de batalla. Olvidó la otra pata que los grandes humanistas contemporáneos no lograron subrayar con las misma vehemencia: el ser con los otros. Y así, la supuesta libertad de los hijos es un arma que se esgrime para huir. Una categoría que mezcla muchas cosas en el mismo paquete. La familia es un sitio que estorba la libertad y, por eso mismo, puede y debe romperse para que la autonomía alcance las cotas necesarias de la madurez.
Y además, este nada sigiloso emerger de una corriente que quiere empoderar a las mujeres. Nada que decir con respecto a la necesidad de que se consigan igualdades. Pero, otra vez, mezclando en un mismo sitio distintas filosofías y visiones del mundo. Y, ante un discurso oficial, no puede haber objeción de conciencia. Oficial por la cantidad de medios que, sin una crítica mínima y saludable, se pliegan a categorías y discursos de un batiburrillo infumable y que huele a pensamiento único y líquido.

Y ahí, los padres. Herederos, hoy, de una tradición en la que su figura estaba muy desdibujada en lo afectivo y muy ligada al orden y la tradición. Perplejos ante la cantidad de reflexiones que se hacen sobre nosotros, sobre cómo ser hombre hoy, ser padre hoy, ser esposo hoy, ser…

Y yo creo que ser padre no es una cuestión biológica, es una opción. No es un experimento romántico, es una brega que dura toda la vida. No es ser protagonista, es buscar la compañía constructiva. No es un imponderable que nos sobreviene, es la apuesta más generosa que hay. Ser padre es aprender a renunciar, a parecer un fantasma en el horizonte de los hijos que amas. Ser padre es trabajar para alguien, sostener a alguien, acompañar a alguien, cuando ese alguien es por quien darías la vida sin un soplo de duda. Y no para una recompensa que, durante mucho tiempo no viene…y puede no venir. Es un gesto que mira al futuro del que acompaña y piensa poco en el suyo. Que prevé y quiere proteger desde la sombra de la experiencia, y que se ofrece como una fragancia. En ocasiones aun cuando huyan y recalquen la necesidad de golpear con la dirección contraria por el solo hecho de ir a la contraria.
No nos tocó en suerte el vinculo de la naturaleza, que entiende siempre a la madre como un nido seguro. La paternidad es una conquista en una batalla a la que vas para perder. Porque así lo decides. Y porque entiendes la necesidad de ser de los otros. Pero con la certeza de que la protección no es enemiga del amor más generoso, ni niega la madurez de los que deben andar solos. Que la compañía y la experiencia es lo que nos ha enriquecido y hecho. No solos, no en una isla. La paternidad es la gran apuesta por la vida compartida y los futuros hechos de lazos de interdependencia, de cuidados solidarios, de un verter el saber para el bien de los otros, y no como acúmulo egoísta y vanidoso. Es entender que mi experiencia no se impone, sino que es una gran biblioteca vital que haría mal en despreciar como lo sería tirar un buen libro al rincón del olvido.
Nos toca ser padres en un mundo difícil que ha perdido las referencias y los pasos andados por otros. Vivimos en una realidad marcada por el batiburrillo de aprendices de opiniones que saben de nada. Sin espíritu crítico, creemos que todos los caminos son buenos para transitar. Craso error. Hay precipicios que mejor no inaugurar. Peleamos a brazo partido con la vida, la nuestra y la que se nos ha prestado, para que abracemos sin amarrar. Frase preciosa que cuesta sangre y un aprendizaje de vida intentar entender en lo cotidiano de las relaciones.
Enseñar a volar y mirar desde lejos al que vuela, es un ejercicio de amor cuya simplicidad no existe. Brota sangre. Sangre que acompaña.

Pedro Barranco ©2018
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