Por muy
diferentes razones, me estoy parando a pensar en esta dimensión tan importante
del ser humano que es la familia, y la paternidad dentro de ella.
Si uno ha
sido engendrado por dos personas que expresan su intimidad de amor en la
relación sexual, no puede más que estar agradecido de por vida. Porque esta ha
sucedido, lisa y llanamente, en ese acto de amor y donación. El ser aparece
para siempre como regalo y como entrega. Soy como expresión, como fruto, como
intimidad expansiva que va más allá de dos seres. Es un puro acto creador. No
bastaría una vida, ni varias, para poder decir a los que me engendraron que mi
identidad, mi mismidad, la conciencia que tengo de mi y todas mis
potencialidades y defectos, mi realidad última y lo que la contiene han sido
producto y, por tanto, agradecerles que soy.
La
paternidad (y la maternidad), esa expresión de cuidado y sostén, no se paran
ahí donde empezó todo. Si es fruto de un amor abierto, recorre –ya para
siempre- la cotidianidad de los días,
hasta el atardecer definitivo. Ser padre no es un acto biológico. Sería solo
acción reproductiva si pretendiera únicamente la perpetuación de la especie, o
del apellido. La pura biología, sola, no habla de nosotros. Estamos
constituidos desde un nudo de relaciones y afectos, cuidados y ternura,
descuidos y errores, descubrimiento de libertades y de interrelacionalidad,
autonomías e interdependencias. La
familia es justamente el humus vital que me proyecta para poder ser quien soy y
seré. Es un acto creador constante, muy intrusivo en los comienzos, pero que se
va abriendo a la admiración de la originalidad del que crece como hijo.
Y digo que
recorre toda la existencia, y para siempre. Porque al acto de engendrar, y al
nacimiento, hay que añadirle todo lo que va a venir después. En la aceptación
de esa vida distinta de la mía, que no es un nosotros sino que va mucho más
allá, empieza el gran reto de escribir un libro sobre educación que no estaba
hecho hasta entonces.
Y es reto
porque va a exigir de ti que te des. Cuando tengas ganas y cuando no; cuando
sea grato y cuando no; cuando tenga recompensa o no; agradecimiento o no;
comprensión o no. Ser padre es salir de sí. Sostener. Buscar los recursos para
poder dar las herramientas necesarias al ser que crece en el seno de la familia
y que, necesariamente roba las libertades y el tiempo, para poder abismarse en
la maravilla que es que el hijo o la hija, y que se vayan haciendo. Un
edificio, una construcción que no deja de sorprendernos y asombrarnos, y que
despliega delante de nosotros el milagro de la originalidad. Las primeras
palabras, los primeros pasos, las primeras sonrisas, la pronunciación del
vocablo mágico –papá- hará que el universo gire de forma distinta. Los tiempos
se viven de otra manera, la intensidad de los mismos varía en función de la
criatura. Ya no hay parada, es un vértigo de responsabilidad y descubrimiento
que exige de nosotros toda la capacidad de verternos. Si quiere ser paternidad.
Hay otros sucedáneos, pero no son el objeto de mi reflexión ahora.
La gran
lucha no viene en los principios, sucede cuando el niño despunta en libertades
y autonomías, cuando el descubrimiento del mundo se vuelve hacia adentro. La
adolescencia, esa pugna por la soberanía, por dictarse las normas, por la
competencia y la necesidad de decirme como yo distinto del mundo, sobre todo
del familiar, pone a prueba todos los recursos…y toda la paciencia. Hay una
posibilidad de dialogo de mucha más altura, no de igual a igual todavía, pero
sí como un reto de opiniones, ideas y contrastes que va abriendo otras
conexiones neuronales en el cerebro del adolescente, y que le va a preparar
para el trasiego de la vida adulta. El mundo de los afectos, el descubrimiento
de la propia sexualidad, de la amistad, de las responsabilidades, la curiosidad
por probar otras experiencias…hará de la familia, en muchas ocasiones, un campo
de batalla, una desazón y una apuesta por el sentido común que hay que sostener
sobre los cimientos de un amor que se practica, de una compañía que se rechaza
y se añora, de la congoja que producen sus sentidas tristezas y soledades. Un
amor sostenido por la fuerza de la voluntad que quiere querer. Los padres
parecemos entonces despistados aprendices de un mapa irreconocible y, aún así, debemos
ser el norte seguro. Son muchas las inclemencias que nos zamarrean entonces y
que, ponen en peligro el equilibrio interno de uno mismo y de su pareja.
Contribuir a la construcción de un ser que prueba con metralla de calibre,
siendo la sombra de un árbol que protege a quien dispara. Ahí, ser padre es lo
mejor que podemos ofrecer. No ser amigo o colega, que lo confundiría en un
mundo donde cualquier relación es similar –y no lo es-, o cualquier opinión
ética tiene el mismo peso –y no lo tiene.
En este entramado del crecimiento
las sectas hacen su agosto. Dividen y separan de los seres que los cuidan para
prometerles una libertad de mentirijilla que ocultan sus métodos sibilinos. La
destrucción de las relaciones con la familia de referencia, poner el acento en
sus defectos para evitar mantener una correlación de amor sincero, recalcar los
puntos negros y el engrandecimiento de la independencia fuera de su contacto, o
alejándolo de el, hace de la persona un ser vulnerable y al pairo de los
caprichos de otros. Quien rompe las raíces, quien planta ruptura en el seno de
referencia es mal consejero. Busca beneficios a costa del ser del otro.
La paternidad debe buscar
vericuetos, trucos, atajos para llegar. Y debe buscar, en el centro mismo del
amor que cuida, las razones que hagan posible la continuidad del mismo.
Debemos prepararnos siempre para
la ida. Empezó en el nacimiento. Será más evidente cuando quieran volar
estrenando errores y aciertos. Conciliar autonomía e interdependencia es un
acto de equilibrismo. Hoy, quizás, hemos empoderado con demasiada vehemencia
una libertad ausente de lazos y responsabilidades. Nuestros hijos también lo
son de su tiempo. Les va a costar distinguir. Como decía el filosofo Maritain,
debemos saber distinguir para unir. En demasiadas ocasiones esta redefinición
de cómo ser en el mundo, hace que la huida de las relaciones paterno-filiales
vaya pareja al enfriamiento de las mismas. Retomarlas será otra opción de amor.
Esperar, contra los mismos datos que nos hacen dudar de nuestro frágil esfuerzo
en no equivocarnos, tensionan todas las fibras del alma. Tiembla bajo nuestro
suelo la certidumbre de haber acertado, y caemos en la cuenta de cuántas no. Y
sin embargo, ante el posible desafecto, ante un vuelo muy rompedor o distante,
debemos permanecer. Creer que podemos rehacer una sociedad equivocada por la
intemperancia de una libertad que se opone a la interrelación en nuestros
hijos, es un reto. No son lo mejor de nosotros, son ellos. Y son, en parte,
fruto de nuestra opción por ellos, aunque no acostumbren a mirar en nuestra
dirección, o sequen las fuentes del cariño por descuido.
Por eso, creo que permanecer,
estar siempre, sostener, son el mejor tributo que podemos ofrecer. Puede que,
entre otras cosas, eso sea ser padres.
Pedro
Barranco©2018
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