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viernes, 13 de abril de 2018

Elogio de la paternidad




            Por muy diferentes razones, me estoy parando a pensar en esta dimensión tan importante del ser humano que es la familia, y la paternidad dentro de ella.

            Si uno ha sido engendrado por dos personas que expresan su intimidad de amor en la relación sexual, no puede más que estar agradecido de por vida. Porque esta ha sucedido, lisa y llanamente, en ese acto de amor y donación. El ser aparece para siempre como regalo y como entrega. Soy como expresión, como fruto, como intimidad expansiva que va más allá de dos seres. Es un puro acto creador. No bastaría una vida, ni varias, para poder decir a los que me engendraron que mi identidad, mi mismidad, la conciencia que tengo de mi y todas mis potencialidades y defectos, mi realidad última y lo que la contiene han sido producto y, por tanto, agradecerles que soy.

            La paternidad (y la maternidad), esa expresión de cuidado y sostén, no se paran ahí donde empezó todo. Si es fruto de un amor abierto, recorre –ya para siempre- la cotidianidad de  los días, hasta el atardecer definitivo. Ser padre no es un acto biológico. Sería solo acción reproductiva si pretendiera únicamente la perpetuación de la especie, o del apellido. La pura biología, sola, no habla de nosotros. Estamos constituidos desde un nudo de relaciones y afectos, cuidados y ternura, descuidos y errores, descubrimiento de libertades y de interrelacionalidad, autonomías  e interdependencias. La familia es justamente el humus vital que me proyecta para poder ser quien soy y seré. Es un acto creador constante, muy intrusivo en los comienzos, pero que se va abriendo a la admiración de la originalidad del que crece como hijo.

            Y digo que recorre toda la existencia, y para siempre. Porque al acto de engendrar, y al nacimiento, hay que añadirle todo lo que va a venir después. En la aceptación de esa vida distinta de la mía, que no es un nosotros sino que va mucho más allá, empieza el gran reto de escribir un libro sobre educación que no estaba hecho hasta entonces.
            Y es reto porque va a exigir de ti que te des. Cuando tengas ganas y cuando no; cuando sea grato y cuando no; cuando tenga recompensa o no; agradecimiento o no; comprensión o no. Ser padre es salir de sí. Sostener. Buscar los recursos para poder dar las herramientas necesarias al ser que crece en el seno de la familia y que, necesariamente roba las libertades y el tiempo, para poder abismarse en la maravilla que es que el hijo o la hija, y que se vayan haciendo. Un edificio, una construcción que no deja de sorprendernos y asombrarnos, y que despliega delante de nosotros el milagro de la originalidad. Las primeras palabras, los primeros pasos, las primeras sonrisas, la pronunciación del vocablo mágico –papá- hará que el universo gire de forma distinta. Los tiempos se viven de otra manera, la intensidad de los mismos varía en función de la criatura. Ya no hay parada, es un vértigo de responsabilidad y descubrimiento que exige de nosotros toda la capacidad de verternos. Si quiere ser paternidad. Hay otros sucedáneos, pero no son el objeto de mi reflexión ahora.
            La gran lucha no viene en los principios, sucede cuando el niño despunta en libertades y autonomías, cuando el descubrimiento del mundo se vuelve hacia adentro. La adolescencia, esa pugna por la soberanía, por dictarse las normas, por la competencia y la necesidad de decirme como yo distinto del mundo, sobre todo del familiar, pone a prueba todos los recursos…y toda la paciencia. Hay una posibilidad de dialogo de mucha más altura, no de igual a igual todavía, pero sí como un reto de opiniones, ideas y contrastes que va abriendo otras conexiones neuronales en el cerebro del adolescente, y que le va a preparar para el trasiego de la vida adulta. El mundo de los afectos, el descubrimiento de la propia sexualidad, de la amistad, de las responsabilidades, la curiosidad por probar otras experiencias…hará de la familia, en muchas ocasiones, un campo de batalla, una desazón y una apuesta por el sentido común que hay que sostener sobre los cimientos de un amor que se practica, de una compañía que se rechaza y se añora, de la congoja que producen sus sentidas tristezas y soledades. Un amor sostenido por la fuerza de la voluntad que quiere querer. Los padres parecemos entonces despistados aprendices de un mapa irreconocible y, aún así, debemos ser el norte seguro. Son muchas las inclemencias que nos zamarrean entonces y que, ponen en peligro el equilibrio interno de uno mismo y de su pareja. Contribuir a la construcción de un ser que prueba con metralla de calibre, siendo la sombra de un árbol que protege a quien dispara. Ahí, ser padre es lo mejor que podemos ofrecer. No ser amigo o colega, que lo confundiría en un mundo donde cualquier relación es similar –y no lo es-, o cualquier opinión ética tiene el mismo peso –y no lo tiene.
En este entramado del crecimiento las sectas hacen su agosto. Dividen y separan de los seres que los cuidan para prometerles una libertad de mentirijilla que ocultan sus métodos sibilinos. La destrucción de las relaciones con la familia de referencia, poner el acento en sus defectos para evitar mantener una correlación de amor sincero, recalcar los puntos negros y el engrandecimiento de la independencia fuera de su contacto, o alejándolo de el, hace de la persona un ser vulnerable y al pairo de los caprichos de otros. Quien rompe las raíces, quien planta ruptura en el seno de referencia es mal consejero. Busca beneficios a costa del ser del otro.
                 La paternidad debe buscar vericuetos, trucos, atajos para llegar. Y debe buscar, en el centro mismo del amor que cuida, las razones que hagan posible la continuidad del mismo.
           
Debemos prepararnos siempre para la ida. Empezó en el nacimiento. Será más evidente cuando quieran volar estrenando errores y aciertos. Conciliar autonomía e interdependencia es un acto de equilibrismo. Hoy, quizás, hemos empoderado con demasiada vehemencia una libertad ausente de lazos y responsabilidades. Nuestros hijos también lo son de su tiempo. Les va a costar distinguir. Como decía el filosofo Maritain, debemos saber distinguir para unir. En demasiadas ocasiones esta redefinición de cómo ser en el mundo, hace que la huida de las relaciones paterno-filiales vaya pareja al enfriamiento de las mismas. Retomarlas será otra opción de amor. Esperar, contra los mismos datos que nos hacen dudar de nuestro frágil esfuerzo en no equivocarnos, tensionan todas las fibras del alma. Tiembla bajo nuestro suelo la certidumbre de haber acertado, y caemos en la cuenta de cuántas no. Y sin embargo, ante el posible desafecto, ante un vuelo muy rompedor o distante, debemos permanecer. Creer que podemos rehacer una sociedad equivocada por la intemperancia de una libertad que se opone a la interrelación en nuestros hijos, es un reto. No son lo mejor de nosotros, son ellos. Y son, en parte, fruto de nuestra opción por ellos, aunque no acostumbren a mirar en nuestra dirección, o sequen las fuentes del cariño por descuido.

Por eso, creo que permanecer, estar siempre, sostener, son el mejor tributo que podemos ofrecer. Puede que, entre otras cosas, eso sea ser padres.

Pedro Barranco©2018

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