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martes, 15 de mayo de 2018


"Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios." (Hch 20, 24)

Hoy me ha sorprendido esta frase. ¡con qué acierto ha captado Pablo, en boca de Lucas, la generosidad ofrecida de Jesús!
Hoy que la mentalidad, burguesa y capitalista, invita constantemente a mirarse las necesidades de bienestar como el centro de un mundo solipsista y egoísta, nos regala un envite para descuajaringar esa seguridad.
La vida, que es un don, la entendemos como una constante devolución de un amor gratuito. Hay quien la guarda en una caja de seguridades y placeres; hay quien se asusta del mundo y se encierra en una adormecida inanición de afectos; otros construyen un castillo bien pertrechado con todos los gozos posibles;  los hay, también que confunden el horizonte del bienestar con su terca mirada corta hacia su ombligo.
Quien ha amado a sus hijos, sabe que su apuesta está en que el otro viva y sea. Y vacía su ser en ese recipiente sin saber si recibirá. Nada importa, porque el amor se vuelve fecundo cuando sale de sí y busca resolver para el otro lo que le puede faltar.
Así amó Jesús. Y Pablo lo captó con tino.
Salir al encuentro del otro, de los otros. Bello, muy bello.
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