"Pero a mí no me importa la
vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me
dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios."
(Hch 20, 24)
Hoy me ha sorprendido esta frase.
¡con qué acierto ha captado Pablo, en boca de Lucas, la generosidad ofrecida de
Jesús!
Hoy que la mentalidad, burguesa y
capitalista, invita constantemente a mirarse las necesidades de bienestar como
el centro de un mundo solipsista y egoísta, nos regala un envite para
descuajaringar esa seguridad.
La vida, que es un don, la
entendemos como una constante devolución de un amor gratuito. Hay quien la
guarda en una caja de seguridades y placeres; hay quien se asusta del mundo y
se encierra en una adormecida inanición de afectos; otros construyen un
castillo bien pertrechado con todos los gozos posibles; los hay, también que confunden el horizonte
del bienestar con su terca mirada corta hacia su ombligo.
Quien ha amado a sus hijos, sabe que
su apuesta está en que el otro viva y sea. Y vacía su ser en ese recipiente sin
saber si recibirá. Nada importa, porque el amor se vuelve fecundo cuando sale
de sí y busca resolver para el otro lo que le puede faltar.
Así amó Jesús. Y Pablo lo captó con
tino.
Salir al encuentro del otro, de los
otros. Bello, muy bello.
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