Desde aquel aciago momento en que
Freud habló de matar al padre, para llegar a la autonomía y a la edad adulta, y
para vivir la libertad y estar ausente de represión, los padres hemos afrontado
infinidad de retos.
El inevitable, y que nos marca,
es el de la misma naturaleza. Ese estar hecho para vaciar, para esparcir, para
salir de sí y no ser un contenedor que provoca el crecimiento, y el ser, nos
sellará para siempre. El mantenimiento de la especie no nos hizo proclives,
podría parecer, al sustento del nido. Bien es verdad que no sucede de la misma
manera en todas las especies. Pero al menos sí en aquellas con las que nos
comparan. Y, claro, salimos perdiendo. Porque los ejemplos se buscan, a priori,
para forzar un argumento que es un prejuicio.
La sociedad burguesa endiosó la
libertad como el aspecto más determinante de nuestro ser. El existencialismo lo
utilizó como arma de batalla. Olvidó la otra pata que los grandes humanistas
contemporáneos no lograron subrayar con las misma vehemencia: el ser con los otros.
Y así, la supuesta libertad de los hijos es un arma que se esgrime para huir.
Una categoría que mezcla muchas cosas en el mismo paquete. La familia es un
sitio que estorba la libertad y, por eso mismo, puede y debe romperse para que
la autonomía alcance las cotas necesarias de la madurez.
Y además, este nada sigiloso
emerger de una corriente que quiere empoderar a las mujeres. Nada que decir con
respecto a la necesidad de que se consigan igualdades. Pero, otra vez,
mezclando en un mismo sitio distintas filosofías y visiones del mundo. Y, ante
un discurso oficial, no puede haber objeción de conciencia. Oficial por la
cantidad de medios que, sin una crítica mínima y saludable, se pliegan a
categorías y discursos de un batiburrillo infumable y que huele a pensamiento
único y líquido.
Y ahí, los padres. Herederos,
hoy, de una tradición en la que su figura estaba muy desdibujada en lo afectivo
y muy ligada al orden y la tradición. Perplejos ante la cantidad de reflexiones
que se hacen sobre nosotros, sobre cómo ser hombre hoy, ser padre hoy, ser
esposo hoy, ser…
Y yo creo que ser padre no es una
cuestión biológica, es una opción. No es un experimento romántico, es una brega
que dura toda la vida. No es ser protagonista, es buscar la compañía
constructiva. No es un imponderable que nos sobreviene, es la apuesta más
generosa que hay. Ser padre es aprender a renunciar, a parecer un fantasma en
el horizonte de los hijos que amas. Ser padre es trabajar para alguien,
sostener a alguien, acompañar a alguien, cuando ese alguien es por quien darías
la vida sin un soplo de duda. Y no para una recompensa que, durante mucho
tiempo no viene…y puede no venir. Es un gesto que mira al futuro del que
acompaña y piensa poco en el suyo. Que prevé y quiere proteger desde la sombra
de la experiencia, y que se ofrece como una fragancia. En ocasiones aun cuando
huyan y recalquen la necesidad de golpear con la dirección contraria por el
solo hecho de ir a la contraria.
No nos tocó en suerte el vinculo
de la naturaleza, que entiende siempre a la madre como un nido seguro. La
paternidad es una conquista en una batalla a la que vas para perder. Porque así
lo decides. Y porque entiendes la necesidad de ser de los otros. Pero con la
certeza de que la protección no es enemiga del amor más generoso, ni niega la
madurez de los que deben andar solos. Que la compañía y la experiencia es lo
que nos ha enriquecido y hecho. No solos, no en una isla. La paternidad es la
gran apuesta por la vida compartida y los futuros hechos de lazos de
interdependencia, de cuidados solidarios, de un verter el saber para el bien de
los otros, y no como acúmulo egoísta y vanidoso. Es entender que mi experiencia
no se impone, sino que es una gran biblioteca vital que haría mal en despreciar
como lo sería tirar un buen libro al rincón del olvido.
Nos toca ser padres en un mundo
difícil que ha perdido las referencias y los pasos andados por otros. Vivimos
en una realidad marcada por el batiburrillo de aprendices de opiniones que
saben de nada. Sin espíritu crítico, creemos que todos los caminos son buenos
para transitar. Craso error. Hay precipicios que mejor no inaugurar. Peleamos a
brazo partido con la vida, la nuestra y la que se nos ha prestado, para que
abracemos sin amarrar. Frase preciosa que cuesta sangre y un aprendizaje de vida
intentar entender en lo cotidiano de las relaciones.
Enseñar a volar y mirar desde
lejos al que vuela, es un ejercicio de amor cuya simplicidad no existe. Brota
sangre. Sangre que acompaña.
Pedro Barranco ©2018
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